Dramaturgo

Antonio Gil Aparicio es un director de cine, además de realizador de programas de televisión y director de teatro, que tiene la virtud de ver las cosas que le rodean desde otros ángulos. Eso de ver las cosas desde ángulos distintos ha sido siempre un factor de enriquecimiento cultural y de sano ejercicio democrático. Antonio, Apari, mete la cámara en el gabinete de Carlos V, como hizo en su cortometraje El emblema, y descubre conspiraciones palaciegas, las que la historia oficial no revela pero que, sin duda, existieron. Mete Apari la cámara en un hospital de Badajoz y es capaz, incluso, de retratar hasta a los "invisibles" fumadores que todos sabemos que por allí pululan menospreciando las prohibiciones. Pero también mete su prisma en el interior de los enfermos para captar la angustia y levanta las alfombras del entorno para dejar al raso las pelusas de cada colectivo. En una época en la que detrás de lo castizo, de la nostalgia de tiempos pasados y podridos, del volver a empezar par no avanzar, de la contemplación de ombligos maduros y hacer de la realidad añorada la única realidad posible, tener a Apari y a esa nómina de directores y gentes dotadas con altas dosis de creatividad e ironía, es un lujo. Es un lujo y un riesgo porque aquí al primero que discrepa le meten una querella o le montan un número. ¿Qué sería de nuestra literatura, roma y formalista, sin Quevedo? ¿Qué sería de Badajoz o Extremadura si todo se hubiera detenido en piedras seculares, cuadros figurativos y poesías costumbristas y otros ojos, otras voces y otras estéticas jamás hubieran visto la luz?

Apari es uno de los muchos que quieren decir algo. Y son muchos, constato.