TLtas imágenes del asesinato en Faluya de un iraquí que fingía estar muerto debieran hacer reflexionar a algunos dirigentes mundiales, aunque habrá que empezar a dudar de su capacidad para pensar y sentir. No sabemos si en la formación militar se contemplan conceptos como el razonamiento y la mesura, pero asusta pensar que si son capaces de actuar así cuando van acompañados de una cámara de TV, qué cosas serán capaces de hacer cuando no haya testigos.

Nunca sabremos si el pecado de ese iraquí ejecutado fue no haber muerto antes o haber fingido mal. Tampoco podremos llegar a comprender nunca qué empuja a Bush, Blair y sus seguidores a despeñarnos por un túnel de los horrores que nunca podrá traernos sino enfrentamientos cada vez más encarnizados: sólo un iluso piensa que el fanatismo islamista se aplaca a sangre y fuego. La única certeza que podemos sacar de este episodio es que los escandalizados que borran con un pitido las palabras malsonantes de los soldados --mientras nos muestran su ejecución-- están dotados del más infinito de los cinismos.

*Profesor y activista de los Derechos Humanos