Jurista

Fue Camilo José Cela quien propagó la hazaña de aquel cipote ejemplar. "¡Bendito sea Dios todopoderoso --clamó el escritor en plena dictadura-- que nos permite la contemporaneidad con estos cipotes preconciliares y sus riadas y aun cataratas fluyentes! ¡Viva España! Porque, ¡cuán grandes son los países en los que los carajos son procesados por causa de siniestro!". Los hechos, según la sentencia de la Audiencia de Málaga, sucedieron así: "El día 31 de octubre de 1971, en el cine Archidona de la villa del mismo nombre, durante la representación de un espectáculo flamenco, la procesada masturbó a su novio, teniendo éste el órgano viril fuera del pantalón, lo que motivó que salpicara de semen a un matrimonio, causándole desperfectos en sus ropas". El tribunal condenó a los dos inculpados como autores de un delito de escándalo público a la pena de cuatro meses de arresto mayor y a 10.000 pesetas de multa.

Aquel episodio fue para Cela trascendental. Lo consideró una oda a la pija hispánica, que --según él-- se aproxima a la del toro, orgullo del país y espejo de foráneos. Un canto a España, un aldabonazo a aquellas conciencias adormecidas que piensan que el garbanzo y la paja han ido haciendo secularmente decrépita a nuestra raza. El humor audaz, crítico y transgresor de Cela, en una época en que la caza de brujas y el lápiz rojo imperaban por encima del pensamiento y las ideas (después se supo que Cela había sido censor en su juventud), poco tiene que ver con lo que ha venido en llamarse la paja nacional. Los sucesos que la configuran son éstos: Estíbaliz Sanz, huésped del Hotel Glam , el espacio basura de televisión más denigrante, cutre y pernicioso de cuantos se emiten, cuando regresaba de una excursión en un autocar con el resto de los concursantes del programa, presenció cómo Dinio, un vividor cubano exnovio de Marujita Díaz, se masturbaba junto a Yola Berrocal (o lo masturbaba ésta), otro personaje de la prensa rosa que ganó fama y fortuna afirmando ser la novia del padre Apeles.

Estíbaliz, como hubiera hecho cualquier alumna de las Damas Negras de María, denunció este hecho a la directora del hotel y lo comentó con otros distinguidos huéspedes, que no dudaron en propagarlo a los cuatro vientos. Dejando a un lado la indiscutible estupidez y papanatismo de Estíbaliz --en Salsa rosa reconoció no haber visto el miembro de Dinio, aunque sí percibió el movimiento y escuchó jadeos--, aquel hecho trivial, molesto para un tercero, cuya divulgación tiene sentido incívico y propio de gentes carentes de urbanidad, se convirtió, por obra y gracia de los ideólogos del programa y sus satélites (Salsa rosa, Crónicas marcianas, Tómbola ...), en el suceso de mayor trascendencia nacional, convirtiendo a otros como las elecciones, la ocupación de Irak, la situación económica del país, el terrorismo, la muerte de 62 soldados españoles en Turquía y tantos otros, en nimiedades.

El enigma de la presunta paja del tal Dinio fue puesto en tela de juicio en todos aquellos espacios. Personajes impresentables como Jorge Berrocal, han llegado a utilizar el insulto más degradante para conseguirlo. Coto Matamoros, que se ha convertido en una especie de oráculo de la memez, utiliza las fórmulas pragmáticas de William James para defender la estulticia y suciedad como si se tratara del derecho inalienable a la libertad de expresión. Pocholo Martínez Bordíu, que ultraja, injuria y calumnia, al parecer, a la espera de ser objeto de alguna demanda o querella que le mantengan en el candelero.

Siento que periodistas se presten a este juego torticero y espurio, que se conviertan en caricaturas de fiscales o jueces de cartón piedra transformando un plató televisivo en la parodia de una instancia de justicia superior. Me duele ver a un gran comunicador como Javier Sardá haciendo el cretino, como consecuencia de la degradación de un programa que nació con dignidad. Y por encima de todos ellos, me entristece que Toni Cruz y Josep Maria Mainat, impulsores del invento, se hayan vuelto adictos de la peor y la más temible de las drogas, el dinero. Fueron, antes y después de fundar La Trinca, defensores a ultranza de las libertades y contribuyeron a la implantación del derecho a la libertad de expresión, que hoy conculcan, y al respeto a la dignidad de las personas.