Hayan sido 160.000 como dice la Guardia Urbana o 300.000 como aseguran los organizadores, la manifestación de este sábado en Barcelona en pro de los refugiados ha pasado a ser ya una de esas movilizaciones populares que permanecen en la memoria colectiva durante años. La marcha ha sido la más numerosa de las celebradas en Europa en defensa de quienes se ven obligados a dejar atrás sus países debido a la guerra y la miseria y, con suerte, llegan con vida a territorios en los que esperan tener un futuro mejor. Conviene subrayar el éxito de la convocatoria en una época histórica en la que el individualismo y el sálvese quien pueda se han constituido en el discurso dominante en gran parte del mundo.

La manifestación de ayer debería suponer un antes y un después en la respuesta de los poderes públicos a la tragedia de los desplazados. España sobresale precisamente por su desidia a la hora de cumplir los ya modestos compromisos adquiridos para acoger a refugiados, pero la Administración -el conjunto de las administraciones- no puede poner ya más excusas para no afrontar de verdad una situación que ofende la sensibilidad de toda persona decente. La xenofobia rampante en muchas partes de Europa no puede afectar de tal manera a los gobiernos hasta atenazarlos por el miedo a que la extrema derecha obtenga más réditos electorales de los que ya está logrando. Los principios bajo los que se fundó la Europa democrática en la posguerra, antecedente de una UE hoy en horas bajas, no pueden ser ignorados ni aparcados, so pena de quedar definitivamente sepultados.

Nadie -excepto los ultras y sus pretendidas soluciones fáciles- puede negar que el asunto de los refugiados es complejo, pero lo peor es la inacción en la que se ha instalado Europa, que solo ha mostrado decisión para hacer que Turquía y Libia se erijan en diques de contención de las masas de desplazados que llaman a las puertas de la UE. Esa no es la solución, ni técnicamente ni, sobre todo, éticamente. Ahora hay que actuar quedándonos con las palabras de la escritora El Hacchmi Najat: «Europa, escucha atentamente y podrás oír el sonido metálico de las vallas de alambre de tus límites. Oirás las aguas revueltas de tu mar, el mar que compartes con las tierras del sur y del este. Escucha, Viejo Continente, y oirás el sonido de los dedos aferrándose a la alambrada, las manos arañando el agua, brazos y piernas deslizándose bajo las barreras...»