Los procesos electorales se han constituido en la esencia de la democracia, ya que ofrecen la posibilidad de promover la alternancia; por lo que la cita con las urnas ha pasado a ser el eje vertebrador en torno al cual gira la acción política, desvirtuando con ello el sentido más genuino de la democracia, que no consiste en la búsqueda de la rentabilidad electoral, sino del bien común.

Y fruto de esta constatación, se produce una política de posiciones encontradas o contrapuestas, como fórmula para definir la propia identidad, diseñando un estudiado alejamiento al solo propósito de marcar diferencias, de establecer un marco referencial propio, lo que provoca el torpe espectáculo de la crispación y del disenso, llegando al paroxismo y al más burdo de los maniqueísmos, al objeto de que el electorado constate las diferentes concreciones de unos y otros.

Y como si de una escenificación se tratara, se eligen unos temas recurrentes, que en esta legislatura se han correspondido con la reforma estatutaria y el proceso de pacificación terrorista, cuestiones que se han antepuesto a las políticas de corte laboral, de emigración, de vivienda o de educación, que son las que afectan de un modo más determinante al electorado, y fruto de ello, se produce un divorcio entre el parlamentarismo y la calle, al comprobar que los políticos son rehenes de sus propios discursos monocordes, lo que provoca que se generalice la sensación de hartazgo, y que se tome el sendero del derrotismo y de la abstención.

XPUES ENx función de estar ocupando posiciones de gobierno o de oposición, se asumen comportamientos diferentes. La política se viste el traje de faena del pragmatismo y se zambulle en las aguas turbulentas de la gobernabilidad, y planteamientos de marcado marchamo conservador son asumidos por gobiernos progresistas y viceversa, dándose la paradoja entonces de que se revierten las posiciones, y como los polos opuestos de un imán se vuelven hacia actitudes enfrentadas, y lo que antes era entendido como bueno, ahora taxativamente deja de serlo, lo que nos lleva a la triste conclusión, de que lo importante para algunos es jugar a la contra, con tal de obtener algún tipo de ventaja o rédito electoral.

Son las urnas la única medicina capaz contra estos males, las únicas bridas capaces de controlar al caballo desbocado del gobierno o de la oposición; ante ellas los exaltados retornan al sendero del sosiego y de la moderación, convergiendo hacia planteamientos ajenos al sectarismo, al dogmatismo o al extremismo, hacia posiciones cercanas a los espacios de centro, a los que está llamado todo aquel que en política pretenda tener alguna aspiración.

Se engaña quien piensa que los partidos son una ONG, organizaciones altruistas y utópicas, expresión máxima del bien común, pero también se engaña aquel que ve en ellos un territorio gobernado por el maquiavelismo o el oportunismo, de ahí que los comportamientos no deban generalizarse, ni caer en el error de catalogar a un partido de corrupto por el hecho de que entre sus afiliados se detecten determinados casos de corrupción.

Pero a pesar de esta libertad de movimientos, que es norma común en el diario acontecer los partidos, siempre hay una línea roja que no conviene traspasar, porque hacerlo sería atentar contra la confianza del electorado, contra los principios de la ética, o contra las reglas de juego del sistema democrático. Nos movemos en el marco de la Constitución y bajo las reglas de juego del Estado de Derecho, y mientras esto sea así, la separación de poderes ha de estar garantizada, lo que impide cualquier instrumentalización de la justicia en favor de ningún planteamiento, como si el fin justificara los medios, no tratando de politizar la justicia, ni de judicializar la política.

Porque lo que verdaderamente prevalece en el subconsciente colectivo de cada uno, es la política de los hechos consumados, aquello queda una vez que se han evaporado las palabras, las promesas y las contradicciones. Lo que es ajeno a la propaganda y sólo puede ser leído en clave de confianza y de buenas intenciones, los gestos de grandeza y de buena voluntad, como esa inmolación a la que ha de estar dispuesto todo aquel que pretenda dirigir los designios de los demás; sabiendo que por encima de cualquier rédito partidista o electoral, ha de prevalecer el interés general de sus representados. Porque sólo aquel que actúe desde la búsqueda de soluciones y a favor del consenso será el depositario de la confianza ajena. Ya que no es verdad aquello de que es más fácil engañar a un pueblo entero que a un solo individuo, ni que es más fácil engañar muchas veces que una sola.

*Profesor