WLw a Fórmula 1 es conocida como un circo, un inmenso, millonario y apasionado espectáculo ambulante, una feria de vanidades. Esta temporada, visto lo visto y lo que está por venir, va a parecerse más a un culebrón, incluso a un vodevil. El jefe de mecánicos de Ferrari, Nigel Stepney, viendo frustradas sus ambiciones de ascender en la empresa, se venga de ella con el hurto de una valiosa documentación que entrega a Mike Coughlan, a su vez jefe de diseño de McLaren. Este, al parecer, en lugar de olvidarse del regalo de Stepney, decide darle un vistazo. Coughlan pide a su esposa que haga fotocopias de los papeles y esta se los lleva a una tienda regentada por un aficionado de Ferrari. Al ver de qué se trata, el señor de las fotocopias llama a Marinello, la sede de la escudería italiana, y, a partir de ahí, se destapa el embrollo monumental que ha acabado con la durísima sanción a McLaren. Ante la salomónica decisión del Consejo Mundial de la FIA, que castiga a McLaren en el Mundial de Constructores, pero absuelve a sus pilotos, Alonso y Hamilton, en aras del interés mediático del circo, muchos aficionados se han sentido desconcertados y se han planteado unas cuantas preguntas: ¿Por qué acató Alonso --también De la Rosa-- la petición de la FIA y entregó unos correos que han acabado por ser definitivos en la sanción ¿Porque no tenía más remedio o porque se aupó al carro de la inmunidad que le deja las manos libres para una refundación de su carrera Una sombra de antideportividad se cierne ahora sobre el espectáculo de la Fórmula 1. ¿Cómo pueden seguir corriendo quienes pilotan en una escudería severamente castigada. El espectáculo, según lo visto, ¿debe continuar?