No soy alquimista, ni sé hacer un cóctel a lo Arguiñano con humor, chiste y sabor, pues el salero, que es la vida se está quedando sin sal, o ésta (la sociedad) se ha vuelto insípida. Es difícil encontrar los adecuados ingredientes para preparar una buena copa que nos haga ser todo de colores. Vivimos en una sociedad pluralista en la que se mezclan ideologías e intereses individuales y de grupos hasta formar un cóctel explosivo. La violencia de las palabras y de las obras aumenta en todas partes. Lo malo no es el pluralismo rectamente entendido y practicado, sino el egoísmo, que convierte la convivencia en simple coexistencia y ésta en guerra fría y solapada para terminar en violencia.

Viejas iras revanchistas, frente a la ya casi olvidada y trasnochada represión sexual, está sacando de las paredes de los retretes toda su literatura para ornamentar con ella las fachadas de la ciudad. Si antes apenas era lícito hablar del sexo de los seres vivos, hoy se le atribuyen características, metáforas y funciones sexuales a las más asombrosas realidades: los precios, el paro, los impuestos, el tráfico y el chiste...

Hemos ensuciado la lengua, hemos contaminado las palabras. Es imposible entender por qué se recurre con tanta frecuencia a la expresión innoble, al gesto grosero, a la acción vergonzosa, a la violencia, al asesinato, a la goma-2 o al cóctel molotov y hasta a los crímenes pasionales de jóvenes y viejos recién casados como el de Almendralejo.

Hay otra lengua más limpia y humana, que no está enardecida por la pasión, ni atizada por el revanchismo, ni enfrentamientos políticos, por la que fluyen la cordura, la sabiduría, la inteligencia, el amor... magníficos ingredientes para un cóctel excelente.