Los franceses han sido coherentes y han dado al Partido Socialista (PS) la mayoría absoluta de la Asamblea Nacional para que François Hollande cumpla sus promesas electorales sin excusas ni rectificaciones, incluida su oposición a la salida de la crisis del euro que promueve Angela Merkel. Desde que las legislativas se convirtieron en un apéndice de las presidenciales, suele ocurrir así, aunque al precio de una alta abstención (un récord del 44%). Hollande hará bien en no olvidar este dato y la opinión de quienes le advierten de que, pese a que goza de un poder desconocido --la presidencia, las dos cámaras, y la mayoría de las regiones, de las provincias y de las grandes ciudades--, la izquierda ha perdido gran parte de su base social en un país capaz de otorgar más de seis millones de votos a la extrema derecha. El Frente Nacional (FN) vuelve al Parlamento, aunque el sistema mayoritario lo condena a tener solo dos diputados. Los resultados muestran también la magnitud del fracaso de Nicolas Sarkozy, que ha dejado a la derecha sin ninguna base de poder --perdió en su mandato todas las elecciones intermedias antes de encajar la alternancia en el Elíseo-- y se enfrenta ahora a una renovación de liderazgo que se disputarán el secretario general de la UMP, Jean-François Copé, el exprimer ministro François Fillon y el gaullista ortodoxo Alain Juppé. La derecha deberá tomar nota de que sus flirteos con el FN tampoco le han dado resultado.