TNto deja de ser curioso que el último debate sobre el estado de la nación de esta legislatura vaya a producirse la misma semana que el visto para sentencia del juicio del 11-M. Y que allá en el otoño, la sentencia de la mayor matanza terrorista de nuestra historia coincida, meses arriba o abajo, con la disolución de las Cortes y la convocatoria de las nuevas elecciones generales. Si la gestión política e informativa del 11-M le costó las elecciones al PP, la digestión del 14-M ha marcado toda la legislatura. Y la legislatura se acaba con los jueces convertidos en garantes de nuestra fe en la verdad y en las instituciones. Nada menos. Porque los españoles nos hemos ganado una sentencia justa y clara, que se entienda bien, para curarnos todos esta herida. Viendo el homenaje de esta semana en Barcelona a las víctimas del atentado de Hipercor, me acordé de quienes han buscado en este tiempo desesperadamente la relación entre ETA y el terrorismo islamista. Ahí estaba la conexión: las lágrimas de Pilar Manjón eran igualitas a las de Robert Manrique . Un terrorismo emergente y un terrorismo agonizante. Los dos con capacidad para hacernos llorar de nuevo. Y ambos instalados, por distintos motivos, en el centro de nuestro debate público. La frágil unidad entre Gobierno y PP se mantiene una semana después de fotografiarla en la Moncloa. Aunque hay un claro reparto de papeles entre los dirigentes de la oposición: Rajoy pregunta en la sesión de control por el recibo de la luz, y en los pasillos del Congreso Zaplana reclama detalles de las reuniones del Gobierno con ETA. Pero la prueba del algodón de esa unidad será el Gobierno navarro, que aún tiene un mes para constituirse. Algunos dirigentes del PP están seguros de que al final UPN podrá gobernar en minoría. Pero el PSN sigue negociando con Na-Bai, aunque, eso sí, los socialistas navarros lo quieren todo bien atado y por escrito. En la coalición nacionalista hay muchos pequeños partidos repartiéndose el pastel aberzale, y en el PSOE conocen bien los chirridos que produce la necesidad de las minorías radicales de marcar perfil propio.