TLto ocurrido al comienzo del puente de la Constitución no es una huelga en ninguna de sus acepciones: es un sabotaje a la economía, a la normalidad institucional y a los derechos fundamentales de los españoles. Procede analizar qué deriva están tomando los acontecimientos que colaboran en el desgaste de la imagen de España en el mundo, que erosionan nuestra economía y que pueden extender el pesimismo en la ciudadanía.

La figura emergente de Alfredo Pérez Rubalcaba tiene como contrapartida el hundimiento del poco crédito que le quedaba al presidente Zapatero . Rubalcaba enérgico, contundente, sin que le tiemble la mano: el único factor confortable para los ciudadanos. Pocos de quienes todavía confían en el PSOE dudan de que debe ser el candidato. Aunque los 18 puntos de diferencia que vaticinaba El País parecen imposibles de remontar. Ni siquiera por Pérez Rubalcaba. Las siglas PSOE contaminan a cualquier líder emergente.

El sabotaje de los controladores ha supuesto 400 millones de euros de pérdidas en un sector, el turístico, en el que los puentes son irrecuperables. La ciudadanía pide sangre en forma de despidos y en la aplicación de la ley de la forma más rigurosa, porque la irritación de lo sucedido cabalga sobre las penalidades pasadas y las que se adivinan.

La izquierda del PSOE, sorprendentemente, se queja de la aplicación del estado de alarma para someter a los señoritos del aire. Y el PP, vacilante, se ha dado cuenta de que no apoyar al Gobierno le sitúa en un termostato de irresponsabilidad que haría saltar los fusibles de su credibilidad.

Sin cuestionar la responsabilidad de los controladores, lo ocurrido revela la profundidad de una crisis poliédrica en la que solo asoma un liderazgo eficaz: Rubalcaba. Pero no es época de liderazgos absolutos. Se trata de recuperar la institucionalidad. El PSOE no puede cambiar de césar y nada más.