Dramaturgo

Me imagino lo que está pasando mi amiga Carmina, directora del Colegio Público Nuestra Señora de Fátima, y sus compañeros de claustro porque no debe ser agradable llegar a tu trabajo (¡y qué trabajo el de educar!) y encontrarte hasta con los teléfonos quemados en hoguera pública. Me imagino los rostros de los profesores del CP El Progreso (claustro al que pertenezco en mi situación de excedente) al ver las fotografías de su antiguo lugar de trabajo arrasado por los vándalos en masa. Sé que a estos enseñantes la primera idea que les ha venido a la cabeza (no como al concejal de turno y a la autoridad administrativa correspondiente) no ha sido el coste de los destrozos sino algo más hondo: se han sentido injustamente heridos, profanados en la dignidad de su trabajo y perplejos por recibir de la comunidad a la que sirven un pago tan triste, ¿es que ya no se respetan ni los lugares destinados a los niños? ¿es que Badajoz va a ser peor que lugares como Sarajevo, Beirut o Kinsasha donde en medio de batallas terribles, con morteros tronando sobre la población y hordas de locos quemando y arrasando todo lo que veían, se respetaban las escuelas y cualquier edificio dedicado a acoger a sus niños?

Me imagino y me indigno con ellos, al ver a los padres de esos alumnos pasear frente a cualquier colegio privado de la capital y observar cómo la plantilla de la Policía Municipal se esmera a sus puertas para que los chicos crucen un paso de cebra o los papás aparquen donde les viene en gana (caso de Santa Marina) y tarden lo que les da la gana en recoger a sus chavales. ¿Es que las competencias municipales en materia de colegios diferencian su carácter público o privado?