Señor presidente de la Junta:

Venía yo de los madriles el martes y al cambiar la radio a las emisoras extremeñas, cerca de Navalmoral, le escuché anunciando las medidas aprobadas por su gobierno en la reunión extraordinaria de Hervás y de Ferreira , enclave importante de los sefarditas extremeños cuyos descendientes pueblan Israel y otros países del Oriente Próximo y de las guerras eternas.

Como nuestras emisoras no suenan nada de bien a cierta distancia, a pesar de mi interés por escuchar en su propia voz, estimado don Juan Carlos , los compromisos políticos acordados en Hervás, me pasé a las canciones de Jorge Drexler , ganador del Oscar a la mejor canción de este año, cantante humilde y sencillo, muy comprometido con Extremadura, tras venir a Herrera del Duque y cantar en el Festival 25 años sin Valdecaballeros que yo mismo presenté.

Conducía despacio disfrutando con las canciones de Drexler y de la ligera llovizna que me acompañó durante unos pocos kilómetros cuando, sin saber cómo, ocuparon mis pensamientos usted y las dueñas de su casa. Le estaba viendo en los dos días que ha estado trabajando en Hervás, en la televisión con Carod Rovira y la bella Otero , con Usón en las obras del centro de microcirugía, con Rubalcaba en los mítines de la Constitución europea, en la ejecutiva de su partido en Madrid fumándose un puro junto a la ministra antitabaco, en la soledad del despacho, en las cien comidas inevitables... De esos pensamientos surgía la pregunta, ¿y con esa agenda, cuándo come este hombre con su mujer y su hija?

Qué difícil debe ser, don Juan Carlos, compatibilizar las obligaciones del cargo y las familiares. El gran servicio que presta usted a Extremadura debe proporcionarle muchas satisfacciones y, por el cariño que le demostramos miles de extremeños anónimos cuando toca ir a votar, sentirse muy orgulloso por representar a un pueblo que en su mayoría le es fiel. Pero, discúlpeme usted por tocar un tema tan privado, el alto precio que pagan usted y su familia debe ser muy grande. Llegando a Cáceres a la hora del almuerzo, pensamos mi mujer y yo que lo mejor era tirar para Torrequemada y vérselas con el impresionante cochinillo que prepararan en el Plaza. Ya a media comida pregunté si había ido usted algún día por allí. Me dijeron que no y eso, don Juan Carlos, es casi un pecado. Fue entonces cuando pensé escribirle esta carta y recomendarle una comida familiar, con sus dos mujeres del alma, en esta magnífica casa de comidas extremeña. Anímese y si hay que invitarle, como sólo son tres, estaría encantado. Con mi aprecio y respeto, atentamente.

*Periodista