La denuncia contra la multinacional francesa de distribución Carrefour por vender productos de gran consumo --desde whisky hasta leche o aceite-- a precios inferiores a los que paga a sus proveedores es un buen indicativo de que no todo vale en el libre mercado. No afecta directamente al consumidor, porque las ofertas satisfacen su objetivo de comprar barato. De fondo están las guerras entre grandes empresas de distribución para determinar los precios de compra a sus proveedores.

El modelo es insostenible a medio plazo: quienes practican la venta a pérdida de algunos de sus productos lo justifican en que se trata de señuelos para atraer nuevos compradores a su establecimiento, donde el resto de productos tienen precios compensatorios . Era habitual entre el comercio tradicional, pero cuando esa práctica se extiende entre grandes superficies multinacionales con mucha capacidad financiera es un fenómeno distinto: vender sistemática y reiteradamente con pérdidas es un política perversa para eliminar competidores comerciales, además de perjudicar a los fabricantes, ahogados por los márgenes que les imponen. La intervención pública para perseguir a esos monopolios debería ser mucho más eficaz.