El auto del juez Garzón que abre el camino para investigar la represión franquista llena con toda su luz los espacios mediáticos. Para todos los demócratas se trata de una decisión de una trascendencia incomparable. Los que siempre hemos pensado que el franquismo fue una dictadura sangrienta nacida de una guerra civil encendida por el golpe de Estado del 18 de julio de 1936 nos vemos confirmados por este auto del mismo juez que puso en su lugar al dictador Pinochet y que ha contribuido a esclarecer otros crímenes, que en el caso del franquismo, son crímenes contra la Humanidad. Se acabó el contrasentido de dejar que España fuese el único lugar en que a los asesinos no se les diera el tratamiento merecido. La transición fue una buena obra que no pudo culminarse porque entonces todavía era imposible, constreñida España por el temor a quienes aún estaban en situación de poder, como mostraron el 23-F.

No se trata de romper la transición sino de completarla. Son altamente falaces los argumentos de la derecha dura y extrema en estos momentos. Es claro que lo que temen es que la Justicia les alcance de alguna manera, con lo fácil que tenían salirse del círculo de los culpables solamente adhiriéndose a la alegría de los demócratas. Con sus añagazas se delatan. Lo mismo que los mandos de la Conferencia Episcopal, que también achacan revanchismo al afán de esclarecimiento y que aprovechan la coyuntura para amenazar con otras 500 canonizaciones a víctimas de un lado, el de los vencedores, el lado que lleva 70 años beneficiándose, justamente muchas veces, con el reconocimiento y los honores merecidos por su sacrificio. Hay que detenerse aquí y no caer en esa otra grave injusticia de taparlo todo con la crisis económica y sus consecuencias. También para no incurrir en la concepción materialista de la vida, para la que todo es lucro y economía.

*Periodista.