TLta ley establece que, por la comisión de un delito, el autor recibe el reproche social en forma de reconvención, multa, arresto, trabajos para la comunidad o cárcel, pero en ningún caso, en ninguno, ese reproche de la comunidad puede sustanciarse en linchamiento moral y en despojo de la dignidad que, en tanto seres humanos, tenemos derecho a conservar por muy infames que sean nuestros crímenes. A la Pantoja , que no ha cometido ninguno aunque sí, presuntamente, algún delito económico cuya naturaleza se investiga y cuya causa se instruye, se le ha linchado el honor y la fama desde mucho antes que la Justicia dispusiera de pruebas de su culpabilidad.

Acaso hubiera sido mejor para ella y para los restos de decoro que le quedan a la chusma que se complace en el cotilleo, la murmuración y la maledicencia, que el benemérito juez Torres hubiera ordenado su detención mucho antes, pues de ese modo estaría pagando, si procediera, sólo aquello que debiese por conculcar la ley, y no el delito de existir y de caer fatal, por lo que se ve, a mucha gente.

Si ya es triste que alguien se alegre porque un semejante pierda la libertad, por mucho que el alivio y la satisfacción de ver al delincuente fuera de circulación sean naturales y legítimos, más lo es en este caso de la tonadillera que ha suscitado, al parecer, la alegría de millones. Sólo por caer mal y haber andado últimamente en desaconsejables compañías (ciertos hampones que operaban en Marbella), la condena extrajudicial a la Pantoja ha sido espantosa, comportando los anexos de persecución, difamación y ofensas a toda su parentela, hijo incluido. Es ahora, y sólo en tanto se la presenta autora de delitos penados por la ley, que esa mujer podría ser acreedora del reproche en alguna de las formas anteriormente descritas, pero ya llega a los tribunales habiendo padecido una punición insoportable. En ese juicio anterior que la condenó, el reo careció de garantías y, desde luego, de defensa.

*Periodista