Hay estudios que apuntan a que los españoles no tienen cultura bancaria. Poca gente está pendiente de que sus ahorros le generen dinero y los mueve para colocarlos en lucrativos productos financieros. La mayoría los deposita en su banco, allí los mantiene o se deja aconsejar por el personal del mismo para que les rente casi siempre modestamente. Dentro de esa mayoría de los que no están pendientes de cómo sacarle el mayor provecho a sus ahorros y siguen de cerca las fluctuaciones de sus inversiones, hay personas que no solo se dejan aconsejar sino que literalmente ponen lo que tienen en manos de personas con las que se sienten unidas por una relación de confianza.

Pero a veces la confianza es traicionada y termina en estafa. Lo hemos visto en los últimos meses en Extremadura con los casos Banesto en Puebla de Obando y BanCorreos en Madrigalejo. En ambos, un engaño tan palmario solo puede tener éxito si los estafadores han contado con la decisiva ventaja que les proporcionaba la confianza infinita --literalmente, de años-- de los clientes. Personas que han pasado de clientes a estafados. Sería positivo que el conocimiento de estos casos por la opinión pública supusiera una lección a cuenta de nuestra falta de cultura bancaria cuya cara B es el exceso de confianza.