Las noticias sobre episodios violentos se suceden sin parar. En unos pocos años hemos pasado de interesarnos por la violencia masiva y cruel que se producía en las guerras --convertidas ahora en conflictos locales que apenas interesan a nadie, excepto a los que las padecen--, a fijar nuestra atención en la violencia cercana, en la que se produce en el ámbito familiar (la mal llamada violencia doméstica) o profesional (el trabajo, el ámbito educativo, etcétera).

Lo más curioso de todo es que los medios de comunicación reflejan esas noticias como si explicitaran un fracaso, como si algo tozudo y persistente se opusiera a los logros evidentes en el campo de la tecnología, los derechos sociales o el bienestar material. La violencia se concibe como una presencia molesta, algo que viene a turbar la armonía que creemos merecer. Llegamos a pensar que algo inaprensible impide que una sociedad tan próspera alcance el sosiego y se imponga la bondad universal.

Partimos de un grave error de interpretación. La sociedad mediática cuenta con más información y capacidad que en ninguna otra época, pero padece una grave miopía social. Nuestros abuelos sabían defenderse mejor de la violencia aceptando el conflicto como algo inherente al ser humano y necesario por tanto para la supervivencia y el progreso.

XLOS LOGROSx técnicos fundados en la lógica binaria que nos impone el mundo digital (si-no blanco-negro dentro-fuera ) han supuesto que el ámbito humano quiera imitar esa lógica simplista y perversa que hace a las personas buenas o malas, inteligentes o estúpidas, pobres o ricas, sin matices, sin grados, es decir con un criterio que no es el que la naturaleza nos ha otorgado a los humanos. Por eso nos afiliamos a un partido o nos hacemos de un equipo de fútbol y nos convertimos en hinchas (ahora se dice hooligans ), es decir aceptamos todo lo nuestro y refutamos todo lo del contrario, aunque nuestra experiencia vital nos enseñe que las cosas no son blancas o negras y que se puede vivir sin contradicción y sin relativismo moral en el claroscuro que tan bien reflejó aquella canción que decía: ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio .

El buenismo es la manifestación social de ese efecto simplista y reductor de la compleja lógica humana. El discurso sería que hoy es posible lograr todo lo que nos propongamos con buena voluntad y, cuando eso no sucede, es porque fuerzas malignas o extrañas impiden alcanzar lo que está ahí, delante de nosotros. Con los matices pertinentes, esta actitud no es muy diferente a la de otras etapas históricas, que también fiaron en la buena voluntad la regeneración del ser humano, produciendo a veces horrendos espectáculos de violencia y vesanía. Los falansterios del utopista Fourier o el hombre nuevo que quería forjar Stalin están ahí para recordarnos que lo más horrible está debajo de lo más tierno.

La violencia es siempre la expresión de un conflicto mal abordado y se combate con poder y con autoridad. Es decir, que para evitar males mayores a veces hay que ponerse serio. La falta de autoridad deviene cuando el poder se ha degradado. Es la diferencia entre un profesor blando que sirve de burla y chacota y uno serio que ejerce su autoridad sin pasteleos, pero encontrando incluso mejor recepción en sus estudiantes. Los adolescentes, sobre todo en el ámbito educativo, no tienen claros los límites y estiman que todo es posible, por eso pasa lo que pasa.

Los poderes poseen el monopolio de la violencia institucional --que no tiene por qué ser física-- y que se ha de ejercer precisamente para impedir la expresión de otra violencia más aguda y descontrolada. Es un principio expresado ya en la Revolución Francesa para asegurar las libertades conseguidas con tanto esfuerzo.

Pero decir esto no es correcto. Se te puede acusar de autoritario o de antiguo y, lo que es peor, se pueden confundir los términos. Por eso gratifica que, ante el episodio del alumno que intenta clavar un cuchillo en un instituto de Cáceres, aparezca la sensatez del propio agredido y del director del centro, declarando que no se confunda el culo con las témporas, que una cosa es un malestar psíquico y otra una violencia desatada. Magnífica lección que nos indica que no se puede mezclar todo y agitarlo para excitar nuestro innato sentido morboso.

No obstante, el morbo se ha trasladado hoy desgraciadamente a los sucesos violentos y todos ellos se confunden: el episodio del Norba y el protagonizado por esos niños gallegos, propinando una paliza a un compañero para grabarla en el móvil. No se puede hacer un totum revolutum con las noticias de violencia sin caer en la cuenta de que el conflicto siempre nos acompañará y que a veces tiene expresiones violentas porque es inherente a la condición humana. Es sin duda la única forma de asegurarnos una existencia quizá más prosaica, pero que al menos evitará el peligro que acarrea fiarlo todo a la ensoñación de un mundo feliz.

*Catedrático de Historia

Contemporánea. Uex