Después que el milagroso bálsamo del tiempo capaz de cicatrizar las más profundas heridas, puso en orden el grave desconcierto mental que sufrí por el radical cambio de vida, cuando la ley y la sociedad me consideraron inservible premiándome con el diploma de jubilado, me di cuenta de la enorme cantidad de cosas que me habían pasado desapercibidas y leía las noticias sin profundizar su contenido, como "Los jóvenes de Madrid emigran el triple que los de Extremadura". Es una realidad que los jóvenes extremeños con muchas menos posibilidades de encarrilar la vida en su propia región que los madrileños, prefieren una vida restrictiva en su patria chica a una hipotética mejora en el extranjero. El carácter sosegado de los extremeños es digno de admirar (ruego no confundan mis buenas intenciones, cinco hijos, ocho nietos y tres biznietas nacidas en esta bendita tierra las abalan), pero con un fallo que lo perjudica gravemente, conformismo, una bendición para los que tenían y tienen la obligación como mandatarios y deber como extremeños de aupar esta autonomía, por no sentirse nunca presionados por la sociedad a pesar de las pésimas gestiones durante tantos años. Con un enérgico puñetazo del pueblo sobre la mesa la placidez y comodidad de sus reinados se hubiera activado, porque del paso se habrían visto obligados a pasar al trote, y con otro bien sonoro al galope.