Escribo estas líneas el martes por la mañana, mientras en el Congreso de los Diputados se escenifica la fallida moción de censura. Quien tenga mucho tiempo libre y no sepa qué hacer con su vida habrá podido seguirla en los medios, minuto a minuto, gol a gol, como si de un partido de fútbol se tratara. Ahora entra Irene Montero con tacones, ahora entra Pablo Iglesias con chaqueta (para celebrar que hoy es uno de los días más calurosos del año, supongo), Soraya toma notas, Rajoy se mira las uñas... No me invento nada: consulten si quieren la edición de El Mundo, que retransmite el evento, como digo, minuto a minuto.

Los periodistas se han echado a la calle para ofrecernos incluso algún vídeo de ciudadanos de a pie que quieren dar su opinión sobre la moción de marras, ese acontecimiento que sería un gran partido de la Champions si no fuera porque a Pablo Iglesias solo le apoyan Bildu, ERC y su novia, y además planea sobre su partido la división interna por culpa --entre otros asuntos-- del referéndum catalán.

En esto se ha quedado la política: en una retransmisión de las mejores jugadas de la inane vida parlamentaria. Hoy que salen en televisión, los políticos se han revestido de cierto ropaje intelectual y unos citan a Machado (Xavier Domenech, portavoz de En Comú Podem) y otros a Valle-Inclán (Irene Montero). Otros leen un libro durante la intervención de Montero, quizá con intención de fomentar la lectura entre la ciudadanía, que pierde demasiado el tiempo con Gran Hermano y muy poco con los grandes clásicos.

Este teatrillo en el Congreso solo habrá servido para recordarnos algo que ya sabemos, de tanto sufrirlo a diario: que el PP es un partido corrupto, que el convaleciente PSOE está en modo stand-by y que Podemos necesita sus quince minutos de gloria para fantasear con la idea de que sigue vivo.

Para este viaje no hubieran hecho falta tantas alforjas. Ni tantas cámaras.