Escritora

Estoy harta de tener que ser políticamente correcta. Pienso en los famosos Conguitos, esos cacahuetes cubiertos de cacao que han endulzado nuestra infancia. Los representaban unos muñequitos negros, como el chocolate, con los labios muy rojos y muy gruesos, y una lanza. La lanza y el ombligo desaparecieron hace pocos años.

Ahora resulta que su existencia puede resultar insultante para miles de africanos. Sencillamente, no lo entiendo: por excesivo y por evidente. Siempre había pensado que hay motivos reales, duros y contundentes para enfadarnos con el mundo, que el racismo es una conducta reprobable y que, para desgracia nuestra, no se limita a un inocente dibujo que se ha convertido en una reliquia emblemática de la publicidad.