Mercaderes financieros, empresarios especuladores, banqueros arribistas y políticos ´neocons´ renuevan su conjura, la de los necios.

Desde la transición española, se han ido sucediendo reformas laborales, todas ellas en momentos de crisis o de inestabilidad económica. La de 1984 impulsando la contratación temporal introduciéndose fórmulas flexibles de contratación y despidos, vinculadas a la reducción de costes laborales e iniciándose la famosa dualización del mercado de trabajo. Diez años más tarde llegó la reforma que abriría las puertas a las Empresas de Trabajo Temporal. Las dos, sin consenso alguno, determinadas por el auge de las recetas liberales anglosajonas, coincidiendo con la interesada crisis ideológica del Estado de Bienestar e invocando la urgente "modernización" del mercado de trabajo en España. Aunque la reforma de 1997, ésta sí consensuada, contuvo la temporalidad, luego vendría la de 2001 y la contestación social en el 2002 con la huelga general del 20-J.

Aquellos cantos de sirena son recurrentes y de nuevo, puede que en una última vuelta de tuerca, pretendan resolver las contradicciones del mercado dual de trabajo precarizándolo en su totalidad con otra nueva reforma laboral al uso; despistando, de paso, reformas estructurales que sí deben de acometerse relacionadas con cómo incentivar la economía real frente a la especulativa, regulando los mercados financieros, potenciando una reforma fiscal progresiva, mejorando la intermediación en los Servicios Públicos de Empleo o modificando el estatuto de los trabajadores para limitar la temporalidad a la única fórmula justificables que es la de la causalidad productiva.

Cometería un error la CEOE, renunciando a su autonomía, si estuviese más interesada en derribar un Gobierno que en hacer la reconversión empresarial que le toca y que ya debiera de haber realizado aprovechando la bonanza y apostando por otro modelo productivo alejado del actual, de alta estacionalidad e insosteniblemente cíclico.

Mientras que para ciertos patronos el capital humano suponga un coste, su deriva insaciable a rebajarlo sistemáticamente supondrá un riesgo que pondrá en peligro el Dialogo Social y por tanto la Paz Social. Propuestas como la rebaja en las cotizaciones sociales en 5 puntos solo pueden hacerse desde la idea malévola de acabar con derechos sociales que suponen pilares básicos como la sanidad, la educación o las prestaciones sociales. Por ello, una reforma laboral a la carta realizada para malos empresarios caería en los errores de aquellas que no fueron consensuadas. Modificaciones deberá haberlas, pero tendrán que ser para cerrar las compuertas a todo intento de mejorar la competitividad incentivando la temporalidad sin causa, rebajando costes laborales o reclamando la eliminación de tutela judicial en los despidos, que son en definitiva, los objetivos finales del denominado contrato del siglo XXI, que nos conduciría a las catacumbas de los derechos laborales.

La patronal no puede seguir obviando la urgente necesidad de abordar un cambio en la estructura de la negociación colectiva con una potenciación de convenios de mayor ámbito, dado el tamaño micro de nuestras empresas, donde se faciliten ajustes negociados con los sindicatos que resuelvan los oscuros espacios laborales no convenidos ni conveniados; los tiempos y organización del trabajo, la recualificación y movilidad profesional, poniendo freno a la descapitalización de las empresas a través de las inagotables rotaciones laborales y ejercitando estrategias para aumentar la productividad laboral. Una productividad acorde con una legislación laboral íntimamente ligada a un modelo económico basado en la competencia y en el valor añadido de las empresas y de sus trabajadores, cerrando apuestas ventajistas que pretendan competir reduciendo costes en vez de aplicarse en la creación de procesos productivos diferenciados.

Sí, es urgente acabar con la dualización del mercado de trabajo que a través de reformas no consensuadas se ha propiciado, pero el camino debe ser el tímidamente iniciado en la reforma de 2006, penalizando la temporalidad de base no causal y favoreciendo la acumulación de conocimiento en las empresas y la polivalencia profesional para flexibilizar estrategias ante los cambios tecnológicos.

En definitiva, se trata de no reventar con propuestas maximalistas el Dialogo Social, porque fuera de él solo existe el conflicto asegurado. Hacer apuestas con cambios estructurales que favorezcan la entrada con otro tipo de políticas activas y la permanencia en la empresa con una negociación colectiva más amplia y evitar obsesivas propuestas sobre la salida y expulsión del mercado que sólo reflejan las bajas pasiones de aquellos que, en tiempos de crisis, repiten obsesivamente, desde su atalaya de privilegios, la recurrente conjura de los necios.