TAt veces, en la página de Facebook se produce un error y la pantalla se cubre de códigos incomprensibles. Por un instante, desaparecen los rostros y las frases, los amigos que se cuentan por centenas, esos vídeos que nunca decides mirar pero que, sin embargo, miras... ¿Es esa la verdad de las redes? ¿Tan solo un mar de siglas y cifras? Internet es un universo en el que nos sumergimos sin salvavidas, dejándonos llevar por la curiosidad de vislumbrar qué se esconde detrás de cada recodo. La red nos conduce al sugerente estadio de cuando éramos niños. Aquellos días en que a cada paso descubríamos algo nuevo y el mundo era ilimitado y sorprendente. Igual que entonces, la frontera entre la realidad y la ficción se difumina y entramos en otra percepción donde caen los límites de lo real. Una dimensión en que la distancia se torna infinita por imperativo de la pantalla y, al tiempo, extraordinariamente próxima, hasta íntima, al acceder a la vida de personas que quizá no saludáramos por la calle.

Del mismo modo que algunos protagonistas de novela o de película parecen cobrar vida y se cuelan en el pensamiento y la memoria, también nosotros mismos adquirimos trazos de personajes en los paseos por la red. Modelamos las palabras, la personalidad y las imágenes que compartimos, del mismo modo que percibimos la interpretación de los demás. El juego entre fantasía y realidad no es nuevo pero, por primera vez, además de creadores, somos protagonistas y podemos vivir en una realidad ficticia. Hemos descubierto un nuevo continente que no podemos tocar ni oler, pero que resulta de dimensiones inextinguibles. Un escenario donde la soledad se rodea de compañía, donde la vida se celebra con aplausos colectivos. Quizá no es el mundo real, pero la verdad siempre ha trascendido el terreno de lo palpable.