WEw l descubrimiento, en apenas tres días, de siete zulos de ETA en distintos lugares del sur de Francia, y la interceptación de los más de 500 kilos de explosivos que albergaban, es, junto con la detención de los tres terroristas encargados de controlar y distribuir este mortífero material a los comandos que operan en suelo español, una buena noticia para todos los demócratas. Un nuevo dato positivo en el largo y difícil combate contra una banda que este verano, con los atentados de Arrigorriaga, Burgos y Mallorca --con un saldo global de tres personas muertas, decenas de heridos e ingentes daños materiales--, ha querido hacerse notar especialmente para celebrar los 50 años de su malhadada creación.

Naturalmente, como bien sabe por amarga experiencia la sociedad española, nada garantiza que estos éxitos policiales --fruto de la inestimable e imprescindible colaboración de Francia-- signifiquen un punto de inflexión decisivo para acabar con ETA.

Es más, los terroristas, cuando reciben un golpe, suelen revolverse con saña con el objetivo de demostrar que mantienen la capacidad de infligir daño. Pero si se contempla con perspectiva la actuación del Estado democrático, el balance es claramente satisfactorio: en lo que va de año han sido detenidos 62 presuntos etarras y --lo que es más importante-- los arsenales de la banda terrorista han perdido más de una tonelada de explosivos en operaciones policiales a uno y otro lado de los Pirineos.

Incluso quienes, desde la buena fe o la ingenuidad, piensan que todavía sería posible un diálogo para que ETA tuviera un final revestido de cierta oficialidad y solemnidad saben, o deberían saber, que la presión policial es, en cualquier caso, el elemento capital para el objetivo de la desaparición de la banda. Por eso es tan importante que, junto al arresto de los terroristas activos y la neutralización de sus armas y explosivos, en el País Vasco se esté poniendo coto de verdad a las expresiones callejeras -a menudo violentas- de apoyo a la banda, cuya toleración es considerada por las nuevas generaciones de jóvenes aberzales --los caladeros de los que se nutre ETA-- como una cierta legitimación de los métodos mafiosos de la organización terrorista. El Gobierno que preside Patxi López ha hecho de esta necesaria intransigencia ante quienes estaban acostumbrados a la impunidad uno de los ejes de su actuación. Es un buen camino junto a los golpes policiales a los ya enrolados en ETA.