Exministro de Trabajo

No es nuevo en nuestra historia el soterrado pulso actual entre los partidarios y los detractores de las reformas constitucionales y del mantenimiento o modificación de los estatutos de autonomía: se ha repetido periódicamente. En algunas ocasiones desembocó en situaciones trágicas y en otras --las menos-- en inteligentes equilibrios, como el alcanzado en la Constitución de 1978.

Pues bien, de nuevo tenemos el debate sobre la mesa, y de nuevo se vuelven a reproducir las dinámicas que tan bien conocemos. Por una parte, los que consideran que cualquier modificación significa la desmembración de España y, por otra, los que consideran que no es sostenible el actual orden de cosas, enemigo del autogobierno de determinadas comunidades autónomas. En medio nos encontraríamos los ciudadanos que no entendemos el por qué de la forzada virulencia del debate.

¿Reforma de la Constitución? Al ciudadano medio todo este debate le suena a renovado ímpetu separatista, que algunos temen y que otros desean. Y como, además, los grandes partidos se encargan de potenciar aún más ese desasosiego, cada vez que alguien habla de reforma de la Constitución el debate se centra inmediatamente en la unidad territorial de España. La inmensa mayoría de los españoles desea un futuro compartido, por lo que están condenadas de antemano las reformas secesionistas. Pero en esta postura maximalista hay trampa encerrada. ¿No se pueden plantear reformas que mejoren nuestro sistema democrático sin poner en riesgo la unidad territorial? Creemos que sí.

Por ejemplo, es necesario consagrar realmente una separación de poderes actualmente inexistente en nuestro país. O limitar el omnímodo poder de los aparatos de los grandes partidos. Los que nos sentimos españoles pero somos conscientes de la necesidad de dibujar nuevos horizontes estamos rehenes de un círculo vicioso. Por una parte sabemos que tendremos que debatir reformas y mejoras constitucionales a medio plazo. Pero si lo hacemos, somos acusados inmediatamente de colaborar con aquéllos que quieren dividir España. ¡Pues ya está bien de los dichosos dilemas! Si queremos una España con futuro, debemos pensar en proyectos dinámicos con futuro.

Ortega y Gasset decía que un país no era otra cosa que un proyecto sugerente de vida en común. Para él, el resurgir de los nacionalismos y los regionalismos respondía al fenómeno de los particularismos. El proyecto común se había deshecho y cada parte volvía a sus intereses particulares. ¿Por qué ocurría eso? Ortega respondía: "Cuando una sociedad se consume víctima del particularismo, puede siempre afirmarse que el primero en mostrarse particularista fue precisamente el Poder Central. Y esto es lo que ha pasado en España". Ortega dixit a principios del siglo XX. ¿Ocurre algo similar en la actualidad?

No construiremos un proyecto compartido de España insultando a gobiernos legítimos surgidos de las urnas ni intentando meter en la cárcel a quien pretenda el debate desde postulados diferentes a los de la mayoría. Sólo conseguiremos mantenernos en un proyecto compartido si lo sabemos hacer sugerente para la mayoría, como lo fue durante muchos siglos.

Ahora tenemos ante nosotros la gran oportunidad de la construcción política de Europa. ¿Por qué no comenzamos a debatir, a ocho años vista, reformas constitucionales que nos permitan introducir las mejoras que nuestra democracia nos exige, al tiempo que nos integramos más plenamente en Europa? Ese proyecto dinámico de futuro ilusionaría de nuevo a los españoles. No tengo duda de que venceríamos en la urnas aquéllos que deseamos seguir compartiendo futuro. ¿Por qué entonces meter en la cárcel a los que piensan de otra forma? Lo que tenemos que hacer es ganarles en las correspondientes elecciones.

Si somos capaces de construir proyecto y futuro, España gozará de buena salud. Si nos empeñamos en paralizar cualquier mejora mirando al pasado, cada día serán más los que se desenganchen del tren. ¿Qué hacer? Ciudadanos y partidos tienen la palabra.