Faltan ocho días para la Nochebuena y ya no puedo más. Es un verdadero disparate que llegando estas fechas no se pueda dar un paso sin que tengas que sortear atascos de mil pares de narices, colas en los supermercados, en las tiendas de ropa, en las peluquerías y en los restaurantes, y todo por ese afán consumista que nos invade y que va en aumento año tras año. Una realidad que no se corresponde con los datos que manejan los entendidos y que alertan sobre las consecuencias de una crisis económica que empezó hace meses en Estados Unidos y que amenaza con expandirse por toda Europa, si nadie lo remedia antes.

Y digo yo, si realmente estuviéramos tan agobiados por la que se nos avecina, gastaríamos menos, intentaríamos guardar algo para cuando lleguen las vacas flacas, no es así. Gastar a manos llenas, incluso tirando de tarjeta de crédito cuando no se tienen fondos en el banco, empieza a ser el pan nuestro de cada día. Entramparse que Dios proveerá, parece el lema que mejor se ajusta a una realidad que, nos guste o no, está ahí presente para unos y a la vuelta de la esquina para muchos otros.

Ayer mismo, sin ir más lejos, me encontré con una amiga que se lamentaba de lo cara que está la vida, de los precios de los juguetes y de las dificultades que tiene para llegar a fin de mes con tres hijos de 10, 7 y 5 años. Yo le escuchaba atentamente porque me parecía que como ella hay muchas familias, pero cuál no sería mi sorpresa cuando me contó que esa misma mañana se había ido a un centro de estética porque quería arreglarse un poquito el cuerpo. Le pregunté cuánto pensaba gastarse en ese arreglito de nada , y me dijo que muy poco. No la creí, y debió notármelo porque rápidamente me explicó que lo pensaba pagar a plazos. Sí señor, a plazos. En enero, media teta, en febrero, la otra media, en marzo, la liposucción de las piernas, en fin un disparate. No sé cómo mi amiga piensa estirar su sueldo, ni de qué otras cosas se privará para pagar al cirujano, pero es indudable que se apretará el cinturón gustosamente porque es de las que piensa que lo más importante para ella en estos momentos es estar guapa y presentable. Quizá tenga razón y no voy a entrar a analizar por qué alguien que se queja amargamente de que no le llega el sueldo a fin de mes, gasta una barbaridad en una operación. Otros lo gastan en coches o en trajes que cuelgan en el armario y que no se olvidan de ellos porque el verdadero placer está en consumir a manos llenas.

Supongo que los psicólogos y sociólogos tendrán la respuesta adecuada para un problema de insatisfacción que afecta a una gran parte de la sociedad. Para mí que el consumo es una de las cosas que más placer producen, independientemente de la edad o de la clase social a la que pertenezcas, más llegando unas fiestas que han perdido el sentido religioso que tenían, para convertirse en las del consumo puro y duro.

*Periodista