Al dar la victoria por una holgada mayoría a Dilma Rousseff, los brasileños han votado por la continuidad del programa iniciado hace ocho años, cuando Luiz Inázio Lula da Silva llegó a la misma meta a la que su discípula ha llegado ahora.

En estos ocho años Brasil se ha convertido en la octava economía del mundo. Es el tercer país, después de China y la India, favorito de los inversores extranjeros. La crisis global apenas le ha arañado, registra un crecimiento del 7% anual y ha triplicado el producto interior bruto. Con una población de 190 millones, se han creado 15 millones de puestos de trabajo, 32 millones han entrado a formar parte de la llamada clase media baja y 40 millones de brasileños han podido salir de la pobreza.

Los recientes hallazgos de grandes bolsas de petróleo frente a la costa le auguran un futuro halagüeño al que cabe sumar la confianza depositada en el país al haber sido elegido sede del Mundial de fútbol del 2014 y de los Juegos Olímpicos del 2016, amén del papel muy relevante adquirido en el escenario internacional.

O sea, que Dilma, como la llaman los brasileños, ha heredado un país en unas condiciones excepcionales, impensables cuando Lula llegó a la presidencia. Sin embargo, pese al allanamiento del camino emprendido por su tutor, la presidenta electa tiene ante sí muy serios desafíos.

Brasil, aun siendo una potencia emergente, en muchos aspectos es un país tercermundista con enormes diferencias sociales. Todavía cuenta con 30 millones de pobres y, además de los graves problemas de inseguridad y corrupción, la educación es la mayor carencia que deberá resolver. El pujante desarrollo económico exige mano de obra cualificada, técnicos y expertos de los que carece el país.

La llegada de Dilma Rousseff al poder --la primera mujer que accede a la presidencia-- plantea también alguna duda tanto interna como para la comunidad internacional. La principal es saber qué papel ejercerá Lula da Silva en la sombra o qué grado de autonomía tendrá la nueva presidenta.

En este mismo sentido, los observadores atentos de la realidad brasileña apuntan dificultades en el seno del Partido de los Trabajadores (PT). Lula, con su carisma y prestigio, mantenía a raya las divergencias que pudieran surgir. No está claro que Dilma pueda hacer lo mismo y ya se detectan diferencias entre el entorno de la ganadora y el equipo del todavía presidente.