Médico de la Asociación Comité Ipiranga en Brasil

Dicen que no se es huérfano por haber perdido al padre y la madre, sino por haber perdido la esperanza. Una esperanza que no sólo se pierde cuando faltan los alimentos; sino cuando se deja de comer por mantener una imagen en las pasarelas. En ocasiones, cuando las gentes de los denominados países desarrollados visitan a los niños del programa de desnutridos de la Asociación Comité Ipiranga en Brasil, de edades de entre 7 y 12 años, con, entre 7 y 18 kg, se les humedecen sus rostros. No debiera ser así, pues en este lugar en el que enfermedades como la desnutrición, la malaria, la hepatitis de Lábrea; la violencia por la tierra, o la injusticia del derecho, a pesar de ser inquebrantables, no rompen las esperanzas de gentes que luchan cada día. A pesar de la nula esperanza de esa misma gente ante la indiferencia por un mundo al que conocen de oídas, como rico y desarrollado.

En este lugar del amazonas brasileño existen gentes que salvan escollos como el hambre, a través de las hojas de los árboles en forma de chá; o la falta de remedios con la utilización de la milenaria hierva de paumarí.

A veces a estas personas se les critica su demorado desarrollo y su falta de rigor, olvidando que esta presumible evolución --hoy más que nunca-- está ligada a intereses internacionales, que los ahogan en sus primeros pasos. Es, pues, necesario una cooperación internacional humanitaria; exigente con la orientación de sus programas. Vinculada siempre a la mayor participación y responsabilidad de estos países, en un contexto que se proclama globalizado. No sé cuántos años serán necesarios para paliar problemas como el hambre, las epidemias o las desigualdades, pero sí creo que necesitamos mucho valor y coraje para ir más allá de nosotros mismos, pensando en construir algo cuyo impacto desborde --con mucho-- nuestras propias exigencias e intereses nacionales, regionales y hasta personales.

Quizá nos falte imaginación, ésta siempre que se aplicó triunfó sobre el escepticismo. Por ejemplo, la construcción de nuestras sociedades modernas tras situaciones de devastación y de división, o de nuestro propio desánimo ante problemas concretos de nuestra vida cotidiana; es por eso que necesitamos de esa misma imaginación y esfuerzo para que consigamos un sistema global que nos relacione de forma humanitaria.