Años de tradición golpean el caminar de Extremadura. Condicionados por cientos de años de una política económica ausente, por la tradición de generaciones de jornaleros al servicio de las élites dominantes, por décadas de miseria que van mucho más allá de Buñuel y su Tierra sin Pan, han hecho de la agricultura la forma de vida, de gran número de nuestros paisanos. Sin embargo parece que seguimos condenados a ocupar el último puesto en las comunidades españolas y por ende en Europa. ¿Cuál es el problema? ¿Qué nos retrae? Hablar de todos nuestros frenos es complicado. No obstante hay un punto en el cual parece fundamental detenerse, la cuestión cooperativista.

Gozamos en esta tierra de una importante red de cooperativas jóvenes y ambiciosas, pero a menudo mal estructuradas y peor dirigidas. Un ejemplo que podría hacernos recapacitar es el de la industria olivarera de la zona de Sierra de Gata, si bien puede parecer tal vez una problemática concreta, podríamos establecer unos parámetros comunes para todo el campo extremeño.

HABRÁ QUIEN considere que el principal problema, endémico y reconocido en el sector primario español es la diferencia entre el beneficio que obtiene el agricultor y el precio final de los productos en el mercado. Nuestro problema comienza en la base. El parque de maquinaria agrícola se sostiene económicamente en modo fundamental gracias a las numerosas ayudas europeas que han sazonado el campo extremeño durante varias décadas. A menudo, agricultores con pequeñas explotaciones, olivareras por ejemplo, se han embarcado en duras inversiones de capital que serían imposibles de amortizar con el simple beneficio agrícola. El modelo cooperativista ha fracasado en ese aspecto y es hora de reconocerlo. La maquinaria debe ser común sólo así, los parcos beneficios representarán un montante digno para vivir. Nuestros cultivos pueden comenzar a generar beneficios, de hecho, deben comenzar a generarlos si no queremos enfrentarnos, tras los recortes de subvenciones de los años venideros, a una nueva etapa de éxodo rural, si no queremos que nuestra triste Historia vuelva a repetirse. Todos conocemos hoy en día a hijos de estas tierras que han tenido que arrojar el arado en los surcos para embarcarse en sectores como la construcción, mientras duró la burbuja inmobiliaria de la que tanto nos acordamos ahora. Por si fuera poco, a menudo fuera de nuestra comunidad, Madrid es el gran ejemplo.

Siempre ante la imposibilidad de vivir con los recursos que da la tierra. ¿Por qué? Tenemos los medios, tenemos las estructuras, tenemos el conocimiento, sólo nos falta la mentalidad. Es primordial que hagamos examen de conciencia y nos sentemos a cavilar. Nuestra calidad de vida, con el modelo de desarrollo rural, es envidiable. Sólo hay que pasear por el campo de comunidades autónomas vecinas para apreciar sin ningún tipo de dudas la abismal diferencia. Pero esto no se consigue sin el apoyo fuerte y tenaz de las instituciones. La socialdemocracia española, liderada por el brazo férreo del PSOE, ha tenido gran parte de culpa. No podemos olvidar que se ha renunciado a la formación de las masas sociales, y eso ha repercutido de manera drástica en la mentalidad de los trabajadores del campo, el principio de solidaridad es fundamental, sin él nada puede funcionar en nuestros maltrechos cultivos. La cooperativización debe ser integral y los medios de producción puestos en común, sólo de esta manera conseguiremos reducir los costes de producción aumentando por lo tanto el beneficio.

Esto no se consigue de la noche a la mañana, claro que no. Décadas atrás, la zona norte española dedicó sus políticas formativas a la actividad industrial. Pasearse por la sociedad vasca o asturiana ayuda a conocer de primera mano los institutos tecnológicos, la formación industrial. Por el contrario, el sistema educativo de nuestra tierra se plaga de módulos formativos en ciencias administrativas, y no hace todo el hincapié que debiera en los estudios agrícolas y técnicos, lo que nos obliga, poniendo dos claros ejemplos sobre la mesa, a exportar nuestros preciados espárragos a Navarra o nuestro ganado porcino a los mataderos de Guijuelo renunciando con todo esto al beneficio añadido.

Nuestras cooperativas, haciendo alusión a lo que se mencionaba en un principio, tienen que comenzar a regularse internamente. Los socios deben demandar unas aptitudes a los dirigentes. Los encargados de ventas, los comerciales, tienen que responder por su trabajo, por su productividad. Este es un pozo tremendo excavado a pulso por la ineptitud de unos cuantos, por el trabajo mal hecho de otros y por la complicidad en busca del auto-beneficio de diversos políticos. Nuestro deber, es taparlo. Que de una vez por todas, el campo extremeño se convierta en cuna de oportunidades y no en tierra abocada al abandono.

(*) Miembro del ColectivoE. Alternativo