España se hizo cargo ayer de la presidencia de la UE con el compromiso de llevar a la práctica el Tratado de Lisboa, que es tanto como ajustar la responsabilidad política reservada cada semestre a un Estado miembro con la presidencia institucional de la organización, encarnada en Herman von Rompuy, y las atribuciones de la responsable de la Política Exterior y de Seguridad, Catherine Ashton. El desafío tiene casi todos los riesgos calculados, nadie en Bruselas discutirá que son los estados los actoresprincipales en la trama europeísta, pero es indudable que los próximos seis meses marcarán la pauta en el funcionamiento ordinario de la Unión Europea.

Es más dudoso que el experimento movilice a una opinión pública que sigue sin entender hacia dónde caminan las instituciones europeas. Prevalece la impresión de que cuando los grandes estados gobiernan el timón, el peso de la UE crece, y cuando suben al puente de mando los medianos o pequeños, una pertinaz afonía agarrota las cuerdas vocales de los Veintisiete. Y esta realidad, con Tratado de Lisboa o sin él, parece condenada a prolongarse durante mucho tiempo.

Que esto repercuta o no en los efectos que la presidencia española tenga a escala interna --perspectivas electorales, recuperacióneconómica, cooperación entre los grandes partidos-- es harina de otro costal. De la memoria dejada por las anteriores presidencias se puede extraer fácilmente la conclusión de que, vencido el semestre de rigor, los ciudadanos olvidan rápidamente el desfile de funcionarios de primer rango y fotos de familia en las que el presidente del Gobierno o algunos de sus ministros aparecen en primera fila. Si esta vez se suma el dato de que, por razones de rango, José Luis Rodríguez Zapatero y Miguel Angel Moratinos compartirán parabienes con Von Rompuy y Ashton, es de suponer que la operaciónpresidencia tendrá un perfil real más bajo que otras veces.

Aun así, en aras de la eficacia y de la importancia que para la proyección exterior de España tiene la UE, es deseable que la presidencia no degenere en uno de tantos caballos de batalla entre Gobierno y oposición. Y, más aún, es deseable que no se convierta en ocasión propicia para levantar falsas expectativas, sobre todo en el capítulo de la recuperación económica. Porque lo cierto es que, por más que se diga, el semestre no resolverá como por ensalmo ninguno de nuestros muchos problemas estructurales.