Ayer, en Madrid, se escenificó lo que el presidente del Gobierno llama el retorno de España al corazón de Europa. Se reunió con el presidente Chirac y el canciller Schröder. Visualizaron que el eje franco-alemán tiene una buena compañía en Madrid.

Se cumple así una promesa electoral del PSOE: acabar con el seguidismo acrítico de aquella política exterior de EEUU que pasó a la historia con la foto de las Azores reuniendo a Bush, Blair y Aznar días antes de la guerra de Irak. Pero además hay razones tácticas. España busca apoyos para que la financiación de la ampliación le sea digerible, para una rápida confirmación de la Constitución europea, para asegurarse un papel en la Europa de la defensa y para defender un estatuto mejor para las lenguas cooficiales.

Es muy razonable conseguir una estrecha vinculación con París y Berlín, compenetrarse con el centro de gravedad de la Europa en marcha. Se trata de una decisión que goza, además, de amplio sostén ciudadano. Se ha producido una especie de normalización, una vuelta sensata a prioridades tradicionales, racionales y convenientes. Que son compatibles con una buena relación con Washington es seguro. Otra cosa es que en Washington lo entiendan así.