TUtn médico al que creía amigo me ha recetado carreras y paseos para curarme un ataque de melancolía que me coge por la espalda, me llega al dedo gordo del pie derecho y me sube la tensión. Y he empezado a seguir sus consejos. Corro por Badajoz cuando nadie me ve. Por las carreteras que me vieron de niño y que ahora me ven arrastrar unas zapatillas criminales tendentes a llenarme de ampollas. Corro sin respirar, sin meta, sin ganas, y me detengo para mirar al horizonte y soñar con aquellos atardeceres dorados que me hicieron dramaturgo. Se lo cuento al médico y me dice que soy un gilipollas, que así no acabaré de sanarme, que nadie corre con tantas tonterías en la cabeza. Paseo por las calles porque me da vergüenza que me vean correr y digan: "Miren, ahí va ése corriendo por Santa Marina, igual está ardiendo el López de Ayala y tiene que apagarlo". Paseo por las calles al trote que marcan las señoras de chándal que mi médico tiene como pacientes. Paseo al trote que me marcan los balcones, las puertas que un día se abrieron para la ternura de mis bucles infantiles, que se cerraron para mi torpeza de amante, y que se entornaron para mi ideología de cómico.

Se lo digo al médico y me dice que con esas gilipolleces no se puede pasear bien, que no me voy a curar nunca, y que procure pasear por las nuevas avenidas, por los parques llenos de columpios y sucursales bancarias, y por los portales hipotecados de por vida. Vamos, que siga la ruta de las señoras y señores con chándal que acaban de dejar la melancolía y se van a Benidorm. Le hago caso y me compro un chándal, y llego hasta Antena 3, y me saluda Ana Rosa , y creo que estoy mejor de la melancolía.

*Dramaturgo y director del

Consorcio López de Ayala