TDte nuevo me tocó el último de la armada. Con lo cual hube de transitar el incómodo trayecto que hay desde donde dejamos los coches hasta allá abajo, en la curva que traza el Pizarro antes de meterse en las angosturas del final de su cauce. Donde Cristo dio las tres voces, por lo menos.

Lo que hay que contar, aparte incidencias cinegéticas, es el aluvión de aguas que llevaba el tímido Pizarro. Unos decían: "Esto, el Orinoco"; otros: "Una crecida del Nilo"; aquellos: "El mismísimo Amazonas". Y así.

No más que una perdiz. La agarré en el segundo y cayó allá arriba, en los altos. En el interludio del cara-cruz la busqué en vano. Luego, al final, la cobró Ari , pero A.N. la echó a su zurrón, creído de una que había bajado antes, pero que vi peonar en otra dirección. ¡Qué le vamos a hacer, aínda mais! Ya no me perturba una perdiz más o menos.

El caso fue el de la zorra. Llegó en el cara y le di la extremaunción, es decir, que la mandé a pasear por el Elíseo; pero como estaba al otro lado del mismísimo Misissippi no pude pasar a hacerle la foto. Cuando llegó Julián , le dije que la echase a mi orilla, para lo del documento gráfico, pero el pobre la tiró con tan mal tino que fue a parar a la corriente impetuosa del Pizarro, que se la llevó en un verbo y adiós muy buenas.

Jornada de lluvia, con lo cual, y los humedísimos días que hemos tenido, el monte está como puro bodonal. Rezuma el agua entre los dientes de perro y los valles brillan como láminas plateadas con los piélagos que afloran a la superficie. Hay que tener un cuidado extremo para no hollar, con los pesados mamotretos, suelo que no sea el de las rodadas de siempre.

Día de aguas corrientes, achocolatadas, impetuosas. Apropiado para despedir la temporada de caza chica, hasta sabe Dios cuándo. Ahora, no más, las batidas de zorras; y los cuquilleros, pajariteros o perdigoneros, a su oficio de tinieblas, en las lóbregas madrugadas y en los esmorecimientos de los anocheceros fríos. Mucha tristeza en los nubarrones pardos de lontananza.