TDte la misma manera que lo más parecido a un tonto de derechas es un tonto de izquierdas, la actuación de un corrupto de izquierdas es idéntica a uno de derechas. No obstante, cada vez que un personaje de izquierda mete la mano en la caja, o se le quedan pegadas a la mano suculentas sumas de dinero, cunde una extraña desesperación, como si nos halláramos ante una catástrofe inexplicable o ante un hecho inconcebible.

El problema de Lula no es que en su partido haya personas que intenten hacerse ricas administrando para los pobres, sino en la forma de reaccionar, en la manera de llevar a cabo la necesaria limpieza, imprescindible para evitar sospecha de complicidad.

Tener un pensamiento de izquierdas no garantiza la honradez, como mantener convicciones conservadoras no significa que uno, a la menor posibilidad, se ponga a invadir Polonia. El problema de organizar nuestros prejuicios bajo el perezoso sistema maniqueo tiene la peligrosa consecuencia de que, luego, nos asombra que el señor elegantemente vestido sea un maleducado, o que el chico de los pantalones rotos y aspecto de vagabundo resulte ser un profesor de Filosofía, hijo de los riquísimos anfitriones de la fiesta.

La corrupción, como la grosería, es interclasista y se distribuye de manera equitativa. La definición de corrupto podría ser la de un tipo normal, un segundo después de dejar de ser honesto. Cualquiera puede ser corrupto, puesto que no hay que hacer una larga carrera en la Facultad de Ciencias Inmorales, ni pasar por difíciles pruebas. Basta cometer un acto indecente, aceptar un soborno, practicar el cohecho, envilecer las decisiones, aprovecharse del poder. Como han hecho algunos izquierdistas de Lula. Sin ninguna preparación. Y sin ninguna experiencia. Se supone.

*Periodista