Esta semana hemos conocido la sentencia del Caso Feval, un fallo duro que manda a prisión a los tres inculpados: José Luis Viñuela, Juan Cerrato y José Villa. La Sección Tercera de la Audiencia Provincial de Badajoz emitió el miércoles la sentencia del caso de corrupción más sonado en Extremadura de los últimos años, cuyo juicio se celebró a finales del pasado mes de mayo en Mérida. En el fallo, cuyos inculpados ya han avanzado que lo piensan recurrir, el juez condena a los tres exdirectivos de la Institución Ferial de Extremadura a cinco años, tres meses y un día de prisión por un delito continuado de malversación de caudales públicos, y a otros tres años de prisión por un segundo delito de falsedad en documento público. En total, ocho años y tres meses de cárcel para cada uno de ellos, así como al pago solidario de los 201.644 euros que en teoría desaparecieron de la entidad bajo su gestión entre los años 2005 y 2009.

El varapalo es grande y coge al PSOE con el pie cambiado al haber entendido que la cuestión ya estaba superada y amortizada. No en vano, los hechos ocurrieron hace diez o doce años y el escándalo e intervención judicial se destapó hace seis. Ha pasado legislatura y media desde entonces donde los socialistas se han ido a la oposición y han vuelto al gobierno. Sin embargo, la justicia es lenta y el PP no va a desaprovechar la andanada. ¿Un escándalo socialista con sentencia judicial? Pues patada en la espinilla socialista y dedo en el ojo de Vara, un desgaste en toda regla al que no se puede renunciar.

El líder socialista no se ha pronunciado sobre el caso, mejor no referirse a fantasmas del pasado ni contribuir a la estrategia de derribo planteada por el PP con toda su artillería, ha debido pensar. Guillermo Fernández Vara ha optado por aguantar en silencio este ‘Déjà vu’ que de repente parece haberle estallado en la cara. Sin embargo, una explicación, que no disculpas, hubiera sido más oportuna para hacer callar al enemigo. En ocasiones, explicar la verdad, aunque sea reiterativa, ayuda a entender las cosas y anula el discurso del atacante. De lo contrario, continúa con mayor contundencia porque cree apreciar debilidad.

Lo de Feval olía mal desde que empezaron a destaparse los primeros indicios y denuncias, y muy mal desde que la propia Junta de Extremadura encargó una auditoría interna. Pero es verdad que la justicia ha venido a ratificar algo que muchos sabían y miraban para otro lado. No se trata de cargar ahora las tintas contra nadie en particular por no estar vigilantes, corruptos hay en todas partes y el PP también sabe de eso con los casos Gürtel, Bárcenas, Púnica o Lezo a sus espaldas tratando de espantar los garbanzos negros del resto del caldero, pero hay que poner a cada caso en su sitio y lo de Feval no fue una trama para enriquecerse ni derivar dinero para alguna financiación ilegal; eran los tejemanejes de tres señores que tenían un sentimiento patrimonialista de una institución pública, en definitiva que pensaban de forma interesada que Feval era su particular cortijo dado que habían sido ellos los artífices de su creación y después de su gestión, lo que les daba patente de corso para que nadie viniera a cantarles las cuarenta por saltarse asientos contables, llevar contabilidades ‘B’ o disponer del personal para sus menesteres privados.

Este asunto pasará porque todo pasa y más con un caso que resucita porque la justicia es tan lenta como efectiva. Y las responsabilidades políticas, si las hubo o las hay, se sentenciaron o se sentenciarán en las urnas. Sin embargo, hay una cosa clara y es que el caso servirá para que los corruptos o aquellos otros que vienen al servicio público a aprovecharse de un determinado puesto se andarán con cuidado; habrán comprobado ante sus narices que la cosa pública no es patrimonio particular de nadie y que en Extremadura como en todas partes quien la pifia, la paga. Porque los partidos políticos no dejan de ser organizaciones donde sus miembros se arropan entre sí, pero la corrupción es imposible de tapar y mucho menos de justificar.

Nuestra sociedad ha adquirido una madurez que no acepta ni a pícaros ni a aprovechados. Es más, con una crisis de por medio que se ha llevado por delante a tanta gente, los detesta. Y los partidos saben que no pueden jugársela poniéndose de perfil: o actúan y denuncian, o se van al pozo.