Decir que la conducta de los directores de los bancos en la gestación de la crisis económica mundial que estamos pasando ha sido "impropia, cínica e inaceptable", entre otros calificativos, no es obra de editorialistas de la prensa ni de reputados profesores de economía, que ya lo venían haciendodesde hace años. Quienes esta vez han aportado su opinión compartida, y lo pusieron por escrito el viernes pasado en un artículo de prensa firmado conjuntamente, son nada menos que siete ministros de Economía europeos, a propuesta del que lleva la gestión semestral de la Unión Europea, el sueco Anders Burg, con el apoyo de sus colegas francesa y alemán y de la vicepresidenta española Elena Salgado. Son los ministros que este fin de semana han acabado de perfilar, con el resto de sus homólogos de la UE, su estrategia ante la cumbre del G-20, el nuevo foro de gobierno de los problemas del mundo, que se va a celebrar en Pittsburgh (EEUU) a finales de mes.

El diagnóstico de los ministros europeos es correcto y merece todo el apoyo. La duda es si sabrán llevar su determinación hasta el final, cuando deban encararse con sus colegas norteamericanos, que no van a admitir ninguna propuesta que ponga límite a su concepto del libre mercado, que incluye enriquecerse a espuertas en la especulación financiera, aunque sea obtenida actuando al límite de la ley. Ante esta confrontación entre quienes defienden la licencia absoluta para especular, frente a la regulación responsable que se propone desde Europa, conviene recordar que en la gestación de la burbuja financiera mundial están los dirigentes avariciosos de entidades financieras demasiado poderosas --nacidas en los 90 al amparo de la globalización y con la permisividad que les daban las leyes y las autoridades monetarias de cada país-- que han acabado provocando la debacle de la que ya son víctimas millones de familias que han perdido buena parte de sus ahorros. Muchos de esos gestores bancarios siguen al frente de las entidades que les contrataron, con sueldos millonarios injustificables. Incluso los ganan quienes han generado pérdidas tan pavorosas que han obligado a poner dinero público para evitar el pánico y el colapso. Con estos antecedentes, la UE tiene toda la razón moral para exigir que se limiten las retribuciones extraordinarias (los bonus) de los ejecutivos de banca, que siguen impunes a la crisis que han provocado. Es lo menos que se puede pedir.