Mi reflexión y oración matutina hoy se alimenta de las historias de las personas que fallecieron este fin de semana en la carretera de Olivenza, vecinos de Cheles cuando se dirigían a recoger aceitunas a un olivar. Una vez más los pelos se ponen de punta y nos sentimos interpelados hasta lo más profundo de nuestro ser --el alma-- ; nos dan ganas de hacer algo, de unirnos al dolor e intentar de algún modo el consuelo de los que no pueden ni romper a llorar por la impotencia que les resquebraja internamente y los queda mudos. Pero sólo tenemos el silencio rebelde de Job y la escucha callada de los que no tienen respuesta lógica ni racional a un por qué misterioso que nos envuelve y nos arrebata en la cuestión del sentido y del verdadero valor de la vida y de cada persona.

Sin embargo, la tragedia no es novedosa, ni única, suele ser cotidiana y permanente, ayer moría un albañil al caer de un andamio, un extremeño caía muerto bajo su mula mecánica en Los Santos, una familia entera moría en un coche en un pueblo de Toledo, y después, los más lejanos en los países pobres del mundo, muertes diarias de hambre y de injusticia. No hace mucho tiempo la noticia del avión que incendiaba al despegar se nos hacía dura por lo imprevisible en el modo y en el número de víctimas, porque nos tocó en once provincias españolas, incluido nuestro cercano Campanario con una chica joven en el grupo de los fallecidos.

Y esto nos toca vivirlo en un mundo globalizado y tecnificado, que parece estar cerca de lo exacto y lo definitivo, dicen que la generación que está naciendo ahora llegará a superar el siglo de media de vida. Vivimos con la sensación permanente de que somos creadores y dueños de todo, que tenemos la razón de ser y de vivir en nuestro saber y nuestro hacer. Algo de verdad hay en esta sensación, es verdad que somos creativos y creadores, que nacemos sin saber andar y llegamos a volar a la otra parte del mundo, es cierto que el futuro está en nuestras manos para poder vivirlo en la confianza y en la esperanza de un mañana mejor. Los creyentes ciframos este sentimiento y esta verdad en nuestra consideración del hombre como imagen de Dios, que nos habla de todas nuestras posibilidades de cocreadores y gestores de la historia humana y natural. ¡Cuánta riqueza y creatividad en cada una de las personas que han muerto en este accidente!

XPERO NOx no es menos verdad que somos criaturas; mi amigo Pedro que está convaleciente de una intervención de un tumor estomacal, me decía desde la cama del hospital recién operado "qué frágil y débiles somos". Somos de barro y una vez más la tragedia nos pone en vivo y en directo lo que realmente somos cada día: creadores y criaturas.

Es en la relación de ambas experiencias, donde considero que encontramos lo fundamental que se convierte en razón de ser y dignidad de lo humano: el amor; es la única herramienta dignificadora que dinamiza lo que somos y lo que queremos ser de verdad y nos ayuda a arrancar lo auténtico de la vida. Somos lo que amamos, y en medio de este silencio que me provoca esta tragedia y los datos de vida de cada una de las personas fallecidas que voy acogiendo de rodillas, como Moisés delante de la zarza ardiendo, lo único que me consuela y que me gustaría expresar con todas mis fuerzas y compartir con todos los familiares de las víctimas es que el amor es más fuerte que la muerte; que es este amor, el que nos rompe en el dolor porque se resiste y no quiere la muerte del ser amado, quien necesita abrirse a la esperanza, poder llorar y consolarse en el sentido de un horizonte que llene de espíritu de vida y sople sobre los huesos calcinados de aquellos que no nacieron por casualidad, sino porque tenían una razón de ser. Sólo desde ahí me uno a todos y creo en la esperanza y en la vida de aquellos que se han marchado, pero que nos piden seguir amando y llenando la vida de sentido, para que no haya abismo entre nuestro ser creadores y nuestro ser criaturas, divinos y barro al mismo tiempo. Y Pido al Padre Dios la esperanza y el amor para asumir este momento y este dolor.