La dimisión del presidente del Cáceres, Juan Francisco Luis, se interpreta como el penúltimo episodio de una crisis que no tiene fin. El nuevo proyecto, nacido hace ocho meses con ilusión e incluso con dosis de imaginación, se viene abajo por muy diversas circunstancias, entre las cuales se incluye también el propio status de los directivos: aficionados casi anónimos cuyo objetivo era la supervivencia del baloncesto en la ciudad. Pero detrás de todo ello subyacen distintos problemas, rayanos incluso en lo político, con derivaciones hacia concejales del ayuntamiento cacereño, dos de los cuales recibieron ayer duras críticas del presidente.

Sea cual fuere la coyuntura y los antecedentes, se impone que alguien haga algo, muy por encima de todo. Los jugadores, técnicos y empleados del club llevan mucho tiempo sin cobrar y piden una solución, por otra parte mortal de necesidad para algunos de ellos. El club tiene ahora negras perspectivas, pero hay que actuar: con subvenciones pendientes y dada la crítica situación, urge que el poder político haga lo que los aficionados le encomiendan: que intenten solucionar los problemas de los ciudadanos, sobre todo si, como éste, es evidente que tienen un interés social.