Allá por el año 2000, cuando finalizados todos los mil novecientos posibles, iniciábamos el que nos había parecido tan lejano siglo veintiuno, tuvimos la sensación de estrenar periodo histórico. Las circunstancias del momento nos permitieron un suave aterrizaje en ese nuevo entorno que, no obstante, llevaba ya gestándose más de veinticinco años. Hoy, próximos al final de la primera década del siglo, un acontecimiento puntual, la llamada crisis económica y sus consecuencias ya manifiestas, han actuado como el detonante que nos hace percibir que el cambio de era es ya una realidad. El iceberg que apuntaba aparece ahora en toda su extensión.

Cuando esto ocurre se dice que estamos rebasando lo que llamamos una cresta cultural , situación crítica en la que todo el conjunto de transformaciones que poco a poco se han ido produciendo se acumulan y cualquier oscilación significativa en una de ellas descubre la evidencia de la nueva etapa. Las crestas culturales forman parte de la dinámica habitual de la evolución de las sociedades y, a lo largo de los siglos, cada una de ellas ha originado siempre un cambio de sistema. Los viejos y caducos modelos, ya saturados, desaparecen entonces y van dando paso a otro patrón cultural.

Hoy, el trance financiero que nos afecta ha actuado como el repunte visible de los contornos del bloque de hielo, pero sabemos que los periodos de cambio no responden a una única causa y, aunque los factores económicos son siempre el punto de referencia, lo económico está interconectado con la multiplicidad de elementos que integran lo sociocultural y representa tan solo una parte de lo que se está removiendo en el edificio social. Así pues, además de tomar en consideración la inestabilidad de los mercados financieros, preocupación incuestionable dada la supremacía de las finanzas en un sistema capitalista, debiéramos igualmente reparar en la existencia de un desajuste global de la sociedad, un trastorno originado parcialmente por el agotamiento de un paradigma financiero interesado que se ha desarrollado al modo que lo hacen las células cancerígenas: a su aire, de forma descontrolada y promoviendo su propio crecimiento.

¿Qué tratamiento se propone para tratar el mal que nos aqueja?, la respuesta política se ha dirigido en nuestro país, después de muchos desmentidos, a taponar algunas de las heridas producidas por las pervertidas bases económicas, colándose luego de rondón nuestros representantes, en el encuentro de Washington, promovido como primera y al parecer esperanzadora respuesta organizada global al trance económico.

España, auto-invitada de última hora a la cumbre, ha ido, al igual que el resto de asistentes, con los deberes tan solo esbozados. El presidente Zapatero aportando la utópica aspiración de lograr "un futuro más ordenado, más controlado y más justo" a través de la "transparencia y supervisión del sistema financiero". Rodrigo Rato , que algo sabrá como gerente que fue del Fondo Monetario Internacional, afirma que la estructura financiera tan sólo necesita pasar el "test" de validación que todavía no ha pasado. Pecata minuta. En otros contornos se ha hablado de que el capitalismo se debe "refundar", y Obama predica acabar con el capitalismo ultraliberal e incidir más en la economía social, es decir repartir un poco más.

¿Resultados del encuentro? Oficialmente asumiremos un estamos en ello y la evidencia de unos ajustes por aquí, otras reformas por allá, un poquito más de intervención estatal- pero la cumbre no alcanzará unos horizontes más lejanos que los de la propuesta de corregir algunas reglas del mismo juego que volveremos a jugar. Todo va a quedarse en eso, en la aplicación tal vez de un baremo para medir la capacidad de adaptación del régimen económico neoliberal a su propia evolución, o tal vez en la afirmación de un gesto simbólico por parte de la izquierda y aunque ciertamente los gestos tienen valor, son tan solo eso, una declaración de intenciones.

Las reformas no van a suponer un cambio de sistema (dicen los expertos que el que tenemos es el menos malo de los posibles). Así las cosas, es evidente que iremos tirando con más de lo mismo. Las políticas de izquierda (si todavía podemos considerar que existen en su esencia) van a seguir entre bambalinas, sin salir a escena, lo que nos corrobora aquello de que el sistema neoliberal ha conseguido, después de largos años de confrontación, neutralizar la presencia del ideario socialista que, merced al disfrute de un bienestar económico ficticio, tiende cada vez más a convertirse únicamente en algo testimonial.

El actual régimen político seguirá vigente. Lo económico será reconducido y retornaremos a la engañosa prosperidad. En el camino se quedarán los de siempre y es que no puede tratarse con aspirinas una enfermedad mortal. Debieran moverse nuevos resortes si queremos evitar que se derrumbe todo el sistema social.