WLw as debilidades de nuestro sistema educativo han hecho sonar todas las alarmas. La sensación de que está en juego el futuro de las nuevas generaciones ha invadido a todos los sectores sociales y se ha abierto un debate que desborda los ámbitos político y pedagógico.

En el ánimo de EL PERIODICO está participar en este debate, hacerse eco de todas las sensibilidades y examinar sobre el terreno todos los factores que coinciden en lo que, sin riesgo a exagerar, cabe calificar de crisis educativa. Este es el objetivo de la información que hoy publicamos, que se refiere a España en su conjunto aunque con algunos datos característicos de Extremadura, y que completa el panorama de opiniones recogidas los últimos días.

De esta información se desprende que las soluciones son inaplazables porque la integración y el peso de nuestro país en la sociedad del conocimiento dependen de ello. Y, al mismo tiempo, se colige que el núcleo del problema no es de recursos, sino más bien de gestión, de continuidad, de constancia en la inversión, de disciplina en las aulas, de exigencia en los alumnos y muy particularmente de restablecer el prestigio y la autoridad del maestro, como se desprende de la consistencia de los sistemas educativos con mejores resultados. Finlandia, que tan bien parada sale del informe PISA, ha hecho del prestigio social de los educadores una de las piedras angulares de su exitoso sistema educativo.

Se trata de retos de gran magnitud que atañen tanto a los profesionales de la educación como a los políticos que la gestionan y, en no menor medida, a los padres que, sin llegar a apuntarles con el dedo como si fueran los mayores responsables de la actual situación, con frecuencia esperan que la escuela cubra flancos formativos tradicionalmente reservados a la familia, como también se deduce de nuestra información.

Las respuestas a las preguntas recogidas en estas páginas impiden esconder la cabeza bajo el ala o encubrir el problema, como ha sucedido en algunos despachos oficiales desde que se filtró parcialmente el informe PISA, que nos ha dejado en tan mal lugar y ha hecho que se visualice el deterioro del sistema. La rentabilidad del mismo no debe medirse en términos matemáticos o someterse a comparación con otros países que, como Estados Unidos, contemplan con preocupación el desgaste de sus programas educativos, sino proyectarla en el futuro. Y este futuro está lleno de incógnitas porque la realidad presente permite abrigar un gran número de dudas.

Nuestros gobernantes, nuestras autoridades académicas y los teóricos de la educación deben poner en común sus ideas y promover un golpe de timón que corrija el rumbo de una nave denostada. Todos los sistemas deficientes tienden a serlo más conforme pasa el tiempo, y la educación no queda fuera de la norma. Al debate en curso le deben seguir sin demora acciones concretas.