El acuerdo final sobre la deuda de Grecia pone un punto y aparte a la crisis iniciada el pasado mes de febrero. Lo decidido es conocido: 110.000 millones de euros en créditos, al 5% de interés, entre el 2010 y el 2012, y un muy riguroso plan de ajuste para Atenas. Lo conseguido es menos evidente. El área ha dado un importante paso en la resolución de la crisis que amenazaba el euro y se han puesto diques, quizá transitorios, al contagio que podía extenderse por el sur de Europa. Para ello se ha tenido que sortear el Tratado de Lisboa, que prohíbe expresamente salvar a ningún país --fue aprobado en circunstancias económicas bien distintas a las actuales, cuando todavía no se columbrada la crisis--, arbitrando préstamos bilaterales.

El éxito no puede desligarse de la dura posición alemana, que debe calificarse de adecuada. Solo con el rigor puede Alemania justificar la ayuda a Grecia y, en especial, el camino que esta abre. Por ello, si la unión monetaria debe continuar, será con unas reglas más severas. Dureza en el ajuste y ayuda importante son distintas caras de la misma solución. Una no puede darse sin la otra. Además, el control de las finanzas griegas es el germen de la cada vez más necesaria e inevitable coordinación fiscal.

Lo que queda pendiente es complejo. Para la UE, lo acaecido muestra que el diseño existente no funciona. No ha evitado la acumulación de desequilibrios en el pasado, y tampoco ha facilitado la actuación en la situación actual. Por ello, la Unión debe dotarse de un mecanismo de resolución de crisis, quizá en línea con la propuesta alemana de un Fondo Monetario Europeo que no esté al albur del actual FMI, y avanzar hacia una mayor coordinación fiscal.

Para Grecia, el acuerdo no implica ni muchos menos la resolución de sus problemas, que vienen de lejos y están incardinados en la economía y en la sociedad de aquel país. El ajuste va a tener negativas consecuencias sobre el crecimiento del producto interior bruto y es probable que la deuda pública continúe aumentando y alcance el 150% del PIB antes de estabilizarse y caer. Por tanto, una reestructuración de la deuda griega quizá sea inevitable en el medio plazo. Además, no cabe excluir una crisis política que haga más difícil, total o parcialmente, el proceso de ajuste acordado. Las dificultades que se otean, tanto en la Unión como en Grecia, explican la gélida respuesta de los mercados ayer.

No obstante, y a pesar de las incertidumbres, se ha dado un paso de gigante en la unión monetaria, que define un horizonte inevitable de cesiones de soberanía fiscal, directas o indirectas. Si este es, finalmente, el futuro, es probable que la UE habrá sabido convertir la crisis en una oportunidad.