Los desplomes bursátiles producidos a lo largo del pasado mes de enero, y que han llevado a los índices a tener que soportar unos descensos cercanos al 13%, no son más que la consecuencia inequívoca de que los mercados anticipan un periodo de turbulencias económicas, con el agravante añadido de que en esta ocasión no se trata de una crisis coyuntural propia de países emergentes o derivada de agentes exógenos como sucedió en la Guerra del Golfo, la de Irak, el derrumbe de las Torres Gemelas, o el estallido de la burbuja tecnológica, sino de algo más complicado, ya que afecta al sistema financiero norteamericano, lo que equivale a decir que es un problema que está apuntando a la línea de flotación del mundo capitalista.

Todo empezó el pasado verano con la aparición de las hipotecas basura, lo que provocó el descalabro crediticio de algunas aseguradoras, incapaces de hacer frente a los riesgos contraídos, lo mismo que varias entidades financieras que se quedaran sin liquidez, lo que las obligó a tener que hacer importantes aprovisionamientos, esto repercutió negativamente en los balances bancarios y en el de algunas de las grandes empresas, a lo que se les sumó una serie de problemas estructurales como el déficit exterior provocado por el aumento del coste del petróleo y de las materias primas, la caída del consumo, el desplome del mercado inmobiliario, la destrucción de empleo, todo ello ha llevado a la economía de Estados Unidos al borde del precipicio, al tener que soportar una inflación de 4,1% a la vez que una desaceleración del crecimiento por segundo trimestre consecutivo; esto ha provocado lo que algunos han dado en llamar estanflación que consiste en el estancamiento del crecimiento económico acompañado de una alta inflación.

XFRENTE Ax este panorama, Bush se saca de la manga un plan de urgencia, consistente en rebajas fiscales, capaces de reactivar la economía a base de inyectar liquidez para fomentar el consumo y la inversión, a su vez la Reserva Federal se ha visto obligada a tener que bajar precipitadamente los tipos de interés, en una cuantía insólita para tan corto espacio de tiempo, primero el 0,75% y pocos días después un 0,50%. Pero este abaratamiento del precio del dinero para evitar la recesión es una medicina contraproducente que está contraindicada en caso de alta inflación, además de no incluir este plan ninguna medida destinada a resolver los problemas estructurales de la economía norteamericana.

Nadie está a salvo de tener un percance, y es ahora la economía más potente del mundo la que no encuentra una fortaleza donde poder refugiarse; cuando todas las soluciones pasan por cortar de raíz los problemas financieros, para ello deberán sanear las instituciones bancarias y las aseguradoras, enfrentándose a la paradoja de unas entidades que cuando el viento les es favorable huyen del intervencionismo estatal prefiriendo los campos abiertos de la libertad de mercado, pero que cuando la dificultad arrecian, acuden a los graneros del Estado en demanda de protección, y es entonces cuando el dinero público ha de salir en su ayuda, volviendo a repetirse la triste historia de que las crisis las terminan pagando siempre los mismos.

Cuando se vive en épocas de sobreabundancia a los que piden prudencia los llaman agoreros, ahora solo queda apechugar pertrechados con los escasos recursos que aún nos quedan, porque habitamos una aldea global donde existe una interdependencia de la que no podemos sustraernos, una interrelación que nos atenaza y de la que no podemos escapar, y aunque Europa sea ajena a gran parte de problemas norteamericanos, no quiere esto decir que esté a salvo de la alta inflación, ni de la dependencia energética exterior, ni del estallido de la burbuja inmobiliaria.

A pesar de que el sistema financiero de nuestro país no haya salido tocado por las hipotecas basura y que el crecimiento se mantiene por encima de la media, nuestra economía se resiente, lastrada por problemas extrínsecos, como el encarecimiento energético y el de las materias primas, lo que provoca una alta inflación que repercute en la pérdida de poder adquisitivo, en la merma en la competitividad, y en la retracción del consumo; la subida de los tipos de interés en la zona euro ha terminado con el dinero barato, lo que provoca el encarecimiento de las hipotecas existentes, y dificulta que se creen otras nuevas, resintiéndose con ello la construcción y consiguientemente que se destruya empleo en este sector.

Cada uno de nuestros grandes partidos cuentan con equipos económicos de reconocido prestigio, preparados para enfrentarse a cualquier adversidad, sobre todo en una campaña donde el tema económico se ha situado en el epicentro del debate electoral, lo que favorecerá que surjan alternativas capaces de evitar lo que todavía está por venir, aunque para ello sea preciso retomar una política menos expansiva. Este es el panorama que nos aguarda a la vuelta de la esquina, justo al otro lado del 9-M, cuando el tiempo de las promesas haya concluido.

*Profesor