Hace nada --seguro que aún se acuerdan-- estábamos programando la refundación del capitalismo, para evitar el armageddon financiero antes del telediario de las nueve. La globalización de la codicia y las hipotecas sembraban la recesión en el mundo sin Dios ni orden de los mercados autorregulados. Solo los bancos de las estaciones parecían solventes. Todos, o al menos la mayoría ruidosa, coincidíamos en la urgencia de poner coto a la codicia. Debíamos acabar con la impunidad de esas castas de ejecutivos que expropian los beneficios en forma de bonus multimillonarios cuando las cosas van bien y reparten las pérdidas entre los accionistas cuando se tuercen. Urgía reformar unos mercados donde se invierte no para producir y crear riqueza, sino para comprar y luego vender y luego recomprar y luego revender, y así hasta que abra Tokio. Necesitábamos poner orden y transparencia en unas corporaciones acostumbradas a atrincherarse en los paraísos fiscales tras tomar como rehenes a sus trabajadores y clientes.

Decíamos haber aprendido la lección. Luego de una década de contención salarial, rebajas fiscales, equilibrio presupuestario y subasta de lo público, resultó que no vivíamos en sociedades del bienestar. Solo en estados con cuentas saneadas para acudir al rescate de quienes siempre acaban siendo más ricos. Entonces, ni el déficit ni la deuda pública eran un problema. Eran el maná, la salvación. Quien tenía un Estado tenía un tesoro.

Hoy --lo habrá leído en el diario-- vuelven a repartirse bonus millonarios, se invierte para comprar y luego vender, se chantajea con los clientes, los trabajadores y los parados. El capitalismo está bien como está. Volvemos a refundar las pensiones, el mercado laboral y los servicios públicos, que son un gasto y se empaquetan mal como productos financieros. La derecha pontifica de nuevo desde sus mitos económicos. La izquierda calla y otorga, incapaz de desafiar a la estupidez con una idea. Como a los peces, todo se nos olvida a los cuatro segundos. Somos como Dori, la desmemoriada amiga de Marlin en Buscando a Nemo . Lo nuestro es seguir nadando, pero sin Nemo.