Le he dicho a mi amigo Celes , que es albañil, que suelo pasar por un bloque de viviendas en construcción que ahora está parado y echo de menos el chillido de las máquinas radiales y el soniquete que producen las paletas al golpear los ladrillos, y también, cómo no, el vocerío de los albañiles demandándose material y lanzando algún que otro piropo a alguna viandante de buen ver. Mi amigo Celes me ha contestado que si tuviera que pedir un deseo, pediría volver a tener las manos encallecidas. A estas alturas es difícil hablar de la crisis sin caer en tópicos, se nos ha subido de tal manera a la chepa que se nombra y se renombra, e incluso a su costa se inventan chistes malos. Lo cierto es que a mí ahora ese silencio de las obras paradas se me antoja sepulcral y agorero. Cuando paseas por un barrio en construcción te da la sensación de que estás en una ciudad fantasma.

Algunos economistas empiezan a decir que esta crisis es como una enfermedad de esas raras de la cual se conocen sus síntomas pero no la causa que la provoca, y por eso abordarla es difícil, y curarla, aún más. Por hacer un símil entre lo médico y lo económico, digamos que los doctores del equipo que intenta curarnos de la crisis no son capaces de pronosticar con certeza la duración de la patología, los daños que causará y cómo librarnos de ella. Por otro lado existe otro equipo de doctores que nos recuerdan constantemente que estamos enfermos y que los médicos que tenemos asignados son unos inútiles que no tienen ni idea de medicina. Y nosotros nos sentimos bastante frustrados y desconcertados, porque un equipo de médicos no nos cura y el otro equipo dice tener el remedio para curarnos, pero no nos dan a conocer su terapia.

El caso es que mi amigo Celes está muy deprimido porque ha dejado de comprar crema suavizante para las manos. Dice que los médicos no nos curarán esta crisistitis si ellos no desinfectan antes su mutua y vírica animadversión, y se curan sus fiebres demagógicas y sus diarreas electoralistas.