El ministro Josep Piqué participó ayer con dificultad y entre abucheos en unas sesiones prácticas de los alumnos de periodismo de la Universidad de Barcelona porque en el recinto universitario y en el aula se impuso, de entrada, el rechazo a la guerra contra Irak. Por contraste, durante un mitin de Aznar del pasado sábado, a un asistente que solamente proclamó su rechazo pacífico a la guerra, se le redujo al silencio por la fuerza y sin ninguna contemplación.

La crispación no debería impedir manifestaciones cívicas contra la guerra, ni que los representantes políticos puedan defender sus posturas sin coacciones. Esta tensión, que debió canalizar y diluir el foro político, está alcanzando a la sociedad. Aunque de la peor manera: como el Gobierno y el PP han sido incapaces de promover de forma suficiente un debate público sobre el conflicto, en el que explicar y discutir su apoyo a Bush, renunciando a distinguir entre lo que es pedir la paz o dar soporte a la guerra, ahora se sufren las consecuencias. Esa falta de argumentos nos diferencia también del resto de Europa a la hora de encauzar y fundamentar el análisis de la guerra y sus consecuencias.