TLta primera vez que lo vi fue a principios de los 90, en casa de Elisa y Tito. En el jardín vi asomados a una ventana sus ojos profundos hasta el misterio, rasgados hasta eclipsar la luna reflejada en los cristales.

Más tarde sentí su presencia callada. Estaba en la biblioteca, con la luz apagada mientras del giradiscos salía una hermosa música de Esteban Sánchez. Tenía los ojos cerrados. Nunca sabré si dormía o era la música la que le había detenido la mirada. Un día, también en la biblioteca, me pareció que hablaba con Violeta. Sentí una enorme curiosidad pero, cuando llegué a la estancia de las fantasías posadas sobre papel, sólo vi a la niña que acariciaba un libro de Gloria Fuertes. La saludé con un gesto. Imposible de la palabra salí de la estancia sin decir nada. Fue a Tito al que le pregunté por él. Me dijo que era un amigo, un ocupa de corazones y tapiales al que le gustaba pasearse por los tejados de zinc en las noches de verano y solazarse al sol de otoño mientras jugaba al amor con una gata arrabalera llegada desde los patios vecinos. He vuelto a la casa de los amigos y he notado su ausencia en las alfombras y en un maullido lejano, como un réquiem que no quiere ser escuchado. Me dicen que se fue vestido de invierno entre cristales de agua.

*Periodista