Autor teatral

Hasta él mismo lo ha dicho: "Otros me tratan como si estuviera loco". El entrecomillado pertenece al soldado portugués Mario Nicolau, que con su cruz a cuesta --verdadera, de palo real--, la lleva desde su Fonte Santa Caparica natal hasta Roma, para ver al Papa. Y andando, que no es nada. ¡Señor, Señor, qué tiempos nos has dado a conocer!

Uno pensaba antes que la cruz era la metáfora de las vicisitudes, del dolor y del sufrimiento de esta vida terrenal, con la que cada cual habría de cargar con todo aquello que le tocase. Pues hete aquí que nanai de la China, que la cruz también puede ser un canto de gloria y alabanza hacia Dios por todo lo que nos ha dado. Visto lo cual, hay cruces y cruces.

La del militar Nicolau es dichosa, casi obscena en su forma de mostrarla a los demás y uno no sabe si es que ha acertado la bonoloto portuguesa o ha superado las pruebas para entrar en la academia de Operación triunfo del país vecino. Lo digo por el tamaño del vía crucis, que aunque todos los caminos lleguen a Roma, el suyo se deja de tardar. Y ahí me lo tienen, con su cruz y su perro, en un intento de llegar a Roma, como si en Roma estuviera Dios --que también-- y no en Aceña de la Borrega, por poner un ejemplo, y encima le coge a dos tiros. Pero claro, lo que el romero portugués quiere es ver al Papa y, en eso, sí que va por buen camino. Mal ejemplo está dando el militar Nicolau con su jubileo. Si todos nos pusiéramos a salir con nuestra cruz por esos caminos de Dios, los caminos y las sendas, las autovías y las autopistas, estarían más colapsadas que Barajas en huelga de controladores en Semana Santa. Cruces de todos los colores y de todos los sentimientos: dichosas, culpables, semipenosas, moradas, de izquierdas, de derechas.

Veríamos a Floriano con la cruz del desamparo extremeño. A Trillo con 62 cruces levitadas sobre un aire maldito. A Mendiluce con la cruz rosa, de madera de armario oportunista. A Romera y Checa con la cruz del olvido. Cruces que nos crucifican, que clavan en aspas las culpas de nuestras vidas y conciencias. Overbooking de cruces para llegar a Roma y dejarlas descansando bajo la púrpura y el blanco impoluto del Santo Padre. ¡Qué cruz! Lo que empezó Nicolau como un camino sencillo de espiritualidad, se convertirá en una atestada manifestación de crucificados en vida, y en madera apestada de tanta dicha y sufrimiento.

Seguro que salió solo, pero serán muchos los compañeros de viaje, los que se le unan antes de pisar la primera piedra, o la primera trattoria romana. A las mías --las cruces digo-- las mantendré agazapadas, que es de mal gusto mostrar las penas y el dinero delante de ajenos. No necesitaré llevar madera, porque será suficiente con ver el encorvo de mi espalda o la hundida de mis ojos. Y si voy a Roma será en avión y no para ver al Papa, sino a tantos dioses que pululan por sus callejuelas. De todas formas, cada palo que aguante su vela y cada romero su cruz.

A Mario Nicolau, pues mucha suerte con su cruz y con el Papa. Aunque todavía suenen los versos de Alberti: Roma peligro para caminantes...

¡Qué cruz la mía!