Hace poco menos de un año, en un restaurante de Madrid, un amigo común me presentó a dos asturianos, uno de ellos de Pola de Siero, con los que terminamos por hablar de política local, y uno de ellos confesó que ambos eran de los Cascos . Hay más de dos, por lo que hemos podido ver en esta batalla donde la proverbial inteligencia de Alvarez-Cascos está siendo roída por su no menos proverbial soberbia.

A Alvarez-Cascos le debe la derecha española su contribución brillante a la reorganización del PP, cosa que hizo con mano de hierro en guante de cemento armado, porque no hubo una concesión a la disidencia, al matiz o a la desviación, y, desde luego, si algo caracterizó a la etapa de Alvarez-Cascos como secretario general del PP fue la falta absoluta de democracia interna. Que quien siempre hizo uso y ostentación de su carácter autoritario, reclame ahora democracia interna puede significar, o bien que el señor Cascos es un converso, o bien es un hipócrita con buena memoria.

En su haber hay que anotar el incansable trabajo desarrollado en todos los puestos que ha ocupado (todavía en el Ministerio de Fomento se recuerda su fama de infatigable tanto como su antipatía) y en su debe algunas debilidades como las cacerías a 60.000 euros el puesto a las que era invitado siendo ministro, incluso a Rumanía donde se fue a cazar un oso.

Es cierto que ha sido injuriado y vilipendiado con grosera impertinencia por algún medio de comunicación, y hay algunas querellas pendientes, pero también es cierto que sembró polvos continuos de crítica a todo el nuevo equipo de Mariano Rajoy , incluido el propio presidente del partido, y resulta ingenuo que no previera que los polvos podían transformarse en lodos. Hoy, puede aparecer como una víctima, pero si la rabieta y el rencor le lleva a la estupidez de formar un partido nuevo en Asturias logrará hacerle tanto daño al PP como se hará a sí mismo. Y la vida siempre tiene una oportunidad posterior. Quien va por la tercera esposa debería saberlo por experiencia.