Cuatro asesinatos en menos de 24 horas en cuatro autonomías diferentes; dos mujeres heridas un día después, y, sin embargo, en la última encuesta del CIS solo un 3,5% de los españoles opinaban que se trata de un problema grave. Entre los políticos, hasta ese momento, apenas se había colado por la puerta de atrás, y en el primer debate televisado entre Zapatero y Rajoy solo surgió como arma arrojadiza del líder popular.

Pero ni el peligro de que se instrumentalice por parte de los partidos ni el miedo al efecto mimético deben escatimar comentarios respecto a un problema de primera magnitud. Así lo recordaba la presidenta del Observatorio contra la Violencia de Género, Montserrat Comas , horas después de estos asesinatos.

No es momento para reproches, sino para aportar soluciones sobre lo ya construido. Conviene recordar que la ley integral contra la violencia de género fue consensuada por todas las formaciones en el Congreso y tras ella hay muchas horas de intenso trabajo. Denostarla tajantemente tiene un efecto perverso para esas mujeres que tienen que valerse de una ley que, aun imperfecta, es el instrumento en el que apoyarse. Con ser contundente el dato de que 75 mujeres perdieron la vida a manos de sus parejas en el 2007, habría que preguntarse: ¿cuántas otras no se han podido salvar gracias a medidas como la orden de alejamiento, de la que hoy se están valiendo más de 84.000 mujeres?

Siglos de sumisión no se resuelven de un plumazo. Esta es una carrera de fondo en la que en el camino se están quedando inocentes, pero la rebelión de las mujeres contra el maltrato físico y psicológico es ya imparable. El número de víctimas aumenta porque ya no son útiles a quienes un día creyeron que podrían manejarlas a su antojo.

XES CIERTOx que se ha pecado de excesiva judicialización, sin haber articulado paralelamente otras respuestas. ¿Cómo censurar a una mujer que vuelve junto a su pareja con orden de alejamiento si no ha sido suficientemente arropada por los servicios sociales, si no ha recibido la ayuda psicológica necesaria para restituirle una autoestima tan dañada que le hace percibirse a sí misma como culpable de la desmembración familiar que también afecta a los hijos?

Hacen falta más terapias de refuerzo y menos guardaespaldas o clases de defensa personal, que tienen más de propagandístico que de eficaz. Es necesario ahondar en las causas de esa violencia, hurgar hasta el fondo. ¿Por qué hasta ahora ha sido un tabú reconocer que detrás de muchos de esos casos hay alcohol y cocaína? Ambas son sustancias que potencian la violencia y, como ha ocurrido con los accidentes de carretera, su consumo tiene que convertirse en un agravante. El maltratador se envalentona bebiendo, no maltrata porque bebe.

Otra cuestión polémica: ¿qué hacer con los agresores? ¿Por qué entender que el dinero que se invierte en terapias se le quita a los programas de protección a las mujeres, cuando precisamente se trata de cambiar conductas en las que el mía no figure ya? Por escaso éxito que tengan, alguna vida salvarán.

Nos quejamos de la ineficacia de los políticos y no vemos la viga en el ojo propio. ¿Cuántas veces habrá que recordar que solo en el 1% de los casos la denuncia del maltrato proviene del entorno familiar? ¿Cómo explicar que un 6% de ciudadanos reconoce tener una compañera de trabajo que sufre esta situación y, sin embargo, casi un 80% de las denuncias las tiene que poner la propia víctima?

Tenemos más muertes, es cierto, pero cada vez se producen más denuncias y se toma conciencia con menos años de sufrimiento a las espaldas. 4.000 hombres están en prisión por delitos de violencia sexista. En la balanza también hay que poner iniciativas que implican a los hombres, como las campañas en estadios de fútbol o el paso de la prensa rosa a la salmón. Sin ánimo de pecar de triunfalismo, el convenio del Instituto de la Mujer con grandes empresas para emplear a este colectivo salió recientemente de los sucesos para acaparar titulares en la prensa económica.

Cuanto más se visualice en campaña y en los medios, más viable será conseguir fondos, imprescindibles, que de otro modo la Administración destina a paliar lo que en cada oportunidad se considera alarma social.

La toma de conciencia pasa también porque las mujeres no solo figuremos en la prensa como víctimas: de maltrato, de desempleo, de discriminación salarial. También debemos estar presentes como profesionales de primer orden, como arquitectos, médicos, etcétera. En este sentido, un estudio revela que apenas entre el 15% y el 20% de los profesionales que se asoman a los informativos son mujeres, perpetuando el tópico de que debemos ser protegidas y tuteladas. Justo el mensaje contrario al que hay que transmitir a los maltratadores: la igualdad es ya una realidad.

Más allá de reflejar las muertes, hacen falta espacios donde quepa la reflexión. No olvidemos que una de las primeras medidas que toma el maltratador para debilitar a su víctima es aislarla, primero de los amigos y compañeros de trabajo, después de la familia. Pero estas mujeres pueden leer, escuchar la radio y ver la televisión.

*Periodista