A la revolución cubana la saludamos, en su día, como lo primero de lo nuevo y ahora la contemplamos como un dinosaurio que no encuentra oxígeno para seguir respirando. Es evidente que aquella revolución, alumbrada por los disparos de la libertad y la utopía, tiene que saltar fuera de su sombra para buscar un escenario donde los cubanos puedan convivir en libertad. El triunfo de la revolución cubana, con la espectacular coreografía desplegada por Fidel Castro , el Che Guevara, Camilo Cienfuegos y sus barbudos, pasó muy pronto de la realidad al mito. Tenían una frescura tropical en sus discursos ofreciendo futuros radiantes. Las calles de La Habana eran una fiesta, un canto general a un futuro colectivo y dichoso.

Fidel pronunciaba unos discursos tan brillantes como largos. Unos discursos incendiarios, pero con los que iluminaba la revolución. Tenían una gran carga pedagógica. Revolución era la gran palabra, el Dios en cuyo altar se hacía promesas y se quemaba a los herejes. Cuba había sido hasta la noche de la huida de Baptista el casino, el balneario y el prostíbulo de EEUU. La Habana era la capital del sexo, el juego, los negocios rápidos y un escenario ideal para escenas fugaces de amores y lujos. El trovador de la revolución cubana, Carlos Puebla , lo reflejó en una de sus canciones más populares: "Y se acabó la diversión: ¡llegó el comandante y mandó parar!".

XPARA LAx conciencia de la izquierda era un imperativo que Cuba fuera el espejo de la revolución posible y en ella se encarnaran los sueños humanistas del final de la explotación del hombre por e l hombre. Los intelectuales acudían de todas partes en su apoyo. Allí llegó el pontífice del existencialismo, Jean Paul Sartre , y escribió Huracán sobre el azúcar. Los libros sobre la revolución se multiplicaron. A mediados de los 60 montó Castro la Conferencia Tricontinental, cuyo objetivo esencial, en medio de un diluvio verbal de grandes palabras, era exportar la revolución a través de focos guerrilleros a América Latina, Asia y Africa. A la luz del proceso histórico era un disparate y constituyó un estrepitoso fracaso. Los grandes éxitos de la revolución se centraron en la educación, la salud, el deporte y la vivienda. El proceso de alfabetización constituyó un gran éxito: a finales de los 60, no había analfabetos en Cuba. Todos sabían leer, el primer paso para los caminos de la libertad y la cultura.

Pero apareció muy pronto la censura y los medios de comunicación se convirtieron en incensarios del poder; los periodistas y los escritores tenían toda la libertad para alabar a la revolución, pero ninguna posibilidad de criticarla. Los escritores heterodoxos encontraban dificultades insalvables para publicar sus libros. También era imposible encontrar autores extranjeros, que, aunque fueran progresistas, resultaban heterodoxos. La libertad solo tenía una dirección. La persecución contra los homosexuales fue implacable. El sueño de producir riqueza, de convertirse en uno de los países más ricos de América, se quedó en eso: en un sueño. En cambio, hay que decir que se distribuyeron de forma igualitaria el subdesarrollo y la pobreza. La permanente agresividad y el bloqueo de EEUU contra el castrismo contribuyeron a crear la unidad interior y los apoyos exteriores, aunque estos han ido disminuyendo, y la mayoría de intelectuales fueron abandonando la revolución. La lucha por huir de la isla se generalizó tras la caída del comunismo, en el llamado "periodo especial". Estas ansias de fuga se reflejaron de forma dramática en los balseros. Fidel fue superando las coyunturas adversas haciendo a veces autocrítica, pero sin consentir la crítica. La Revolución es un dogma.

Ahora, apartado del poder por la enfermedad, sigue reflexionando como un sonámbulo. Raúl y un grupo de fieles ejercen el poder mirando de reojo a la inmensa sombra del comandante. Los jóvenes se dan cuenta de que en la revolución no hay futuro, se repite demasiado a sí misma en un confuso espejismo de palabras. Hemos visto en la red la reunión de los estudiantes de la Facultad de Informática con el presidente del Parlamento, Ricardo Alarcón . Le hicieron preguntas de la vida cotidiana, que le resultaron muy incómodas, tales como por qué no se permite a los cubanos ir a las mejores playas, a los hoteles o viajar al extranjero. O por qué no se paga en pesos convertibles, sino en pesos cubanos, con los cuales es imposible acceder a muchos productos. Tampoco se explicaban por qué no se puede circular libremente por internet o abrir cuentas en Google.

El pueblo cubano es un pueblo culto, pero acorralado en su cultura. Está preparado para un profundo cambio: la revolución en la revolución tienen que hacerla desde dentro incluyendo a los de fuera, de lo contrario llegará la confrontación porque la represión no puede canalizar las esperanzas que apuestan por la libertad. Sería bueno que Castro dedicara a este tema una de sus reflexiones que sirviera de guía programática para sus sucesores. Tiene base para una autocrítica a la hora de su oscurecer.

*Periodista