Mañana de sábado en Cáceres. Frío equinoccio de primavera. El viento le gana la batalla a un sol suave y tímido. Espero en el coche a mi suegra para pasar el día en el campo. Con ochenta y seis años, sus pies enfermos le impiden correr los cien metros lisos. Llega con paso lento y embarcamos rápido. Hileras de autos bajan cansinos. En estas, a mis espaldas un claxon atronador me da un susto de muerte. Intento incorporarme a Virgen de Guadalupe agobiada por el escándalo, pero imposible. La bullanga continúa, así que miro atrás y en un Audi cochefantástico dos cachorros clónicos de macho ibérico, tipología pijoaparte , gafas negras, camisetas blancas, torso hercúleo y famélico cerebro, me gritan agitando frenéticamente los brazos. Mi mal carácter y todo el rencor de mi edad y género vejado se apodera de mí. Salgo del coche olvidando que no soy Lara Croft para explicarles de muy malos modos que esperaba a una anciana y que no se puede pasar. Intuyo confusamente que mi inaudita osadía al replicarles con tal contundencia aviva la hoguera de su cólera masculina y esgrimen ahora argumentos más enjundiosos: --¡Guarra!-- Muerta de vergüenza por lo que estoy haciendo, sabiendo que tengo razón pero que la pierdo con mi genio, les provoco sin la contención exigible a persona educada: --¡Capullo!-- Los gallitos de pelea me acosan ahora Virgen de Guadalupe abajo. Uno saca medio cuerpo por la ventanilla, ante el pasmo de la buena gente que contempla la ya violenta escena y brama viril: --¡Guarra!-- No tengo miedo, sólo ira. Respondo, lo confieso, a sus gestos obscenos. --¡Hija!-- dice mi suegra horrorizada. Y mientras el primate en el pescante se pierde a toda velocidad calle abajo me acuerdo de Jesús Neira y de las cucarachas. ¿Qué reservarán en su cólera estos energúmenos para una mujer a la que consideren suya si reaccionan así ante extrañas con edad de ser su madre o su abuela? ¿O es sólo que ciertos hombres confunden el coche con la prolongación de su falo y necesitan marcar de forma perruna el territorio?